domingo, 7 diciembre, 2025

El cura gomero que llevó la semilla de la libertad a la Constitución de 1812

Antonio Ruiz de Padrón (1757-1823), sacerdote de San Sebastián de La Gomera, se erigió como un firme defensor de las libertades y el progreso en una época de gran oscuridad. Su vida, marcada por una inteligencia precoz y un espíritu rebelde, lo llevó desde las modestas tertulias canarias hasta los círculos de los fundadores de Estados Unidos, culminando en su crucial contribución a la primera Constitución de España.

Nacido el 9 de noviembre de 1757, desde niño demostró un talento innato que le permitió adquirir conocimientos de gramática, aritmética, historia y latín gracias al párroco de su pequeña villa de pescadores. A los diez años se trasladó a La Laguna, Tenerife, donde ingresó en el convento franciscano de San Miguel de las Victorias a pesar de la opinión de su padre. Su brillante currículo en teología lo llevó a tomar los hábitos en 1781.

En Tenerife, se vinculó a las prestigiosas Tertulias de Nava, un grupo privilegiado de intelectuales que incluía al historiador José Viera y Clavijo y al célebre Cristóbal del Hoyo y Solórzano. En ese mismo año, su interés por la Ilustración y la formación del pueblo lo hizo miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País.

Sin embargo, en 1785, tuvo que partir repentinamente con rumbo a La Habana, siendo los procesos emprendidos por la Inquisición el motivo más probable de su apresurada salida de Tenerife. El destino intervino cuando una fuerte tempestad desvió su barco, que terminó naufragando en la costa de Pensilvania, en Estados Unidos.

El fraile gomero se dirigió a Filadelfia, una ciudad bullente de actividad cultural, donde, a pesar de la barrera del idioma, se sumergió en las nuevas corrientes liberales que promovían la libertad, la igualdad y la justicia social. De forma anónima, comenzó a participar en tertulias que debatían estas ideas, notando un paralelismo enriquecido con el caldo de cultivo americano, propiciado por los primeros dirigentes de la nación.

Fue invitado a debates en la casa del prócer independentista, el general George Washington, donde conoció a otro de los padres fundadores, Benjamín Franklin. La amistad que forjó con estas figuras influyó profundamente en sus pensamientos liberales.

 

Franklin, de hecho, llegó a decir del religioso canario:

«La palabra de Pablo el Apóstol mana por la boca de este franciscano que nos regaló el mar».

En estas jornadas, se defendía de las críticas a la Inquisición española, asegurando que él no trabajaba para la institución, sino para el poder divino, y que el Santo Oficio era «contrario al evangelio». Impresionados por su elocuencia, Washington y Franklin lo animaron a manifestar sus opiniones en público.

Su primer sermón público, ofrecido en una iglesia católica de Filadelfia, fue tan significativo que inmediatamente se tradujo al inglés y fue distribuido por numerosos templos, contribuyendo a cambiar la percepción de los católicos en el mundo anglosajón, aunque también devaluó la imagen de España ante los protestantes americanos.

Tras una estancia en Cuba, donde se ganó la enemistad de la burguesía y autoridades eclesiásticas por sus arengas a favor de abolir la esclavitud, regresó a España, abandonó los hábitos franciscanos y reorientó su camino político.

El momento cumbre de su carrera llegó en 1811, cuando fue nombrado diputado a las Cortes Generales por Canarias. Su mayor contribución se materializó en 1812, al participar en la redacción de la Constitución española en las Cortes de Cádiz.

La influencia de las ideas asimiladas en las tertulias de Filadelfia fue decisiva, y su sermón contra el Santo Oficio terminó incluyéndose como anexo de la Pepa de 1812. El debate sobre la incompatibilidad de la Inquisición con la Constitución inició el 5 de enero de 1813.

El 18 de enero, su discurso fue demoledor y tremendamente convincente, logrando en la votación del día 23, la supresión del Santo Oficio con noventa votos a favor contra sesenta.

En su memorable alocución, estas fueron las últimas palabras del diputado canario:

“Señor, nada he pronunciado delante del Congreso que no sea público, no solo a la Nación, sino a toda Europa. Debo repetir que he sido muy contenido y moderado en la pintura que hice de este odioso y horrible tribunal, que desde el establecimiento en Castilla comenzó a desenfrenarse y excederse en golpes de arbitrariedad, crueldad y despotismo”.

Además de la abolición de la Inquisición, sus ponencias incluyeron la creación de una universidad en Canarias y la eliminación de tributos abusivos en Galicia.

El insigne teólogo, predicador y economista, falleció el 8 de septiembre de 1823 en Villamartín de Valdeorras, Galicia, a los 66 años, sin haber podido regresar nunca a su añorada isla de La Gomera, pero el destino de su tierra querida jamás le fue indiferente. Prueba de ello es la correspondencia con su hermana, donde preguntaba acerca de la influencia de los acontecimientos nacionales en el futuro gomero. Siempre ansió un regreso que nunca se produjo, y según sus palabras, “volver a comer gofio y pescado fresco”.

Su vida es un testimonio de la lucha por los derechos humanos y el progreso en tiempos difíciles.

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