Te invito a conocer uno de los muchos episodios que, hasta ahora, no te habían contado sobre las pericias de Amaro Pargo en el Caribe; este, en concreto, muestra con precisión “su modus operandi” a la hora de abordar un barco “enemigo”.
Dejemos a un lado la presa relativamente fácil del Saint Joseph, aquel mercante irlandés sin cañones y con apenas doce hombres y un niño a bordo, que Amaro capturó frente a las costas portuguesas en marzo de 1712 utilizando la táctica de la bandera falsa. (Quien desee conocer ese episodio con mayor detalle puede encontrarlo reconstruido en mi libro Comprar el Cielo – 2024, basado en cientos de manuscritos localizados en el Archivo Militar de Segovia, documentos que doné a la Universidad de La Laguna con el propósito de facilitar una revisión más rigurosa de las hazañas del marino y de ciertas imprecisiones aún repetidas en la bibliografía especializada).
El viejo Bravo ya no existía: Amaro lo había vendido en Tenerife por el mal estado de su quilla tras regresar con la presa irlandesa a Santa Cruz, en unos años en que el puerto de Garachico había dejado de ser operativo. (El volcán Trevejo arrasó entre el 5 y el 14 de mayo de 1706 el muelle y el casco histórico de aquella ciudad, uno de los principales enclaves comerciales del imperio español).
En 1722 Amaro capitaneaba uno de los barcos de guerra mejor armados de la época, prácticamente una réplica del legendario navío Nuestra Señora de Guadalupe, construido en Campeche a principios del siglo XVIII.
Durante décadas, la bibliografía repitió una historia equivocada. Se hablaba de un misterioso navío holandés llamado Duyvelant, capitaneado por un tal “Cent Rylez”, atacado por la Potencia de Amaro Pargo a comienzos de 1722. Y todos, desde artículos de divulgación hasta Wikipedia, retomaron ese dato sin cuestionarlo. El problema es que ese barco y con ese nombre, jamás existió.
Conviene recordar un dato esencial que suele pasar inadvertido: en 1722, España y las Provincias Unidas estaban en paz, tras el Tratado de Utrecht. Es decir, Amaro Pargo no podía ampararse en la patente de corso para interceptar un barco holandés, porque la legalidad del corso solo operaba en tiempos de guerra. Lo ocurrido, por tanto, debía explicarse por otra vía: un error de identificación, una sospecha fundada de contrabando o instrucciones superiores no consignadas en los papeles oficiales.
Pero si no podía actuar como corsario y tampoco lo hizo como enemigo declarado… ¿fue entonces un acto de piratería?
Todo se esclarece cuando se analiza la fuente primaria usada por todos: una carta en francés del embajador holandés François Van der Meer al marqués de Grimaldo en 1725, conservada en Simancas (legajo 6203). En la lista de protestas diplomáticas figuraba el episodio con nombres muy distintos:
“Un vaisseau de la Compagnie nommé Duynvliet, dont le maître étoit Cent Rijcx, sorti de Rio Essequebo pour la Zéelande, avoit eu le malheur d’être attaqué en pleine mer par un vaisseau royal espagnol nommé la Potencia, monté de 40 pièces de canon…”

“Un navío de la Compañía llamado Duynvliet, cuyo capitán era Cent Rijcx, que salió del Río Essequebo con destino a Zelanda, había tenido la desgracia de ser atacado en mar abierto por un navío real español llamado la Potencia, armado con 40 piezas de artillería…”
Ahí estaba la clave: no era Duyvelant, sino Duynvliet / Duijnvliet. Y el capitán no era Rylez, sino Cent Rijcx.
Con ayuda del investigador Santiago Gómez Cañas reconstruimos la lectura correcta, y entonces ocurrió lo que siempre ocurre cuando das con la verdad: toda la documentación empieza a aparecer donde debería.
Estas nuevas fuentes aportarían un ángulo distinto que no había sido accesible hasta ahora.
La confirmación definitiva llegó de otra evidencia inesperada: la tabla oficial de barcos construidos por la Cámara de Zelanda de la WIC. Allí, sin margen para error, aparecía registrado el Duijnvliet, botado en 1720, con sus medidas técnicas y su periodo de actividad entre 1721 y 1740. Exactamente el marco temporal del viaje Essequibo–Europa en que Amaro lo abordó.

(Duijnvliet — 96 pies de eslora, 40 de manga, 6 de calado, 375 toneladas, en servicio 1721–1740).
El Duijnvliet resultó ser un navío negrero al servicio de la West-Indische Compagnie, cámara de Zelanda, en ruta Zelanda–Luanda–Essequibo–Europa. Y en el Nationaal Archief de La Haya encontramos la pieza definitiva: la declaración notarial del capitán Cent Rijcx, del primer oficial Cornelis Boone y del segundo Jan van der Cruijce, fechada en 1722, y elevada después a los Estados Generales, donde describían con detalle el ataque sufrido en alta mar por un buque de guerra español.

Lo más interesante de ese documento no es solo su contenido, sino su recorrido institucional, que lo convierte en una prueba excepcional y que permitió seguir investigando en varias direcciones. En los Archivos de Middelburg recibí la colaboración de Michiel van Wijngaarden, del Zeeuws Archief, cuyos indicios resultaron esenciales para localizar nuevas pistas documentales de la Cámara de Zelanda. Y en La Haya, contraté los servicios de un historiador holandés especializado en la West-Indische Compagnie, recomendado por la propia institución, custodio del fondo de la WIC, para examinar de primera mano los documentos originales. Fueron seis meses de espera, y mientras …, muchos intercambios de emails y mensajes por WhatsApp, …, ¡pero lo encontramos!
Gracias a ese doble trabajo (en Zelanda y en La Haya) fue posible reconstruir con precisión el itinerario documental del Duijnvliet y confirmar la autenticidad y coherencia del expediente holandés.
La declaración fue encargada por los Bewindhebberen, los directores de la WIC en Zelanda, y redactada en Middelburg por el notario P. Pedecouer Jr. Posteriormente, los regidores de la ciudad la ratificaron, y en 1725 se realizó una copia notarial en Ámsterdam ante Leonard Noblet. Esa copia ingresó finalmente en el archivo de los Estados Generales (Staten-Generaal), bajo la signatura NL-HaNA, 1.01.02, inv. 5776.
Era un documento que superó tres filtros institucionales antes de llegar al órgano político más alto de la República holandesa, haciendo que su valor sea incuestionable.
Cuando compartí el hallazgo con el historiador panameño Celestino Andrés Araúz, autor de El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVIII (1984), su reacción fue inmediata: “Lo felicito por tan importante hallazgo.”
La obra de Araúz, un estudio exhaustivo en dos volúmenes, fue durante décadas la referencia obligada para investigadores que estudiaban el contrabando neerlandés y la actividad de la WIC en el Caribe.
Y, como señaló la Hispanic American Historical Review de la prestigiosa Universidad de Duke (Duke University Press), incluso aquella obra fundamental, pese a su imponente despliegue de fuentes españolas, presentaba una carencia decisiva. El propio Cornelis Ch. Goslinga lo expresó de esta manera:
“The author inexplicably failed to consult the ARA (Algemeen Rijksarchief) in The Hague, the Netherlands…”—Hispanic American Historical Review, vol. 67, nº 4 (1987), pp. 714–716. En otras palabras: incluso la obra clásica sobre el tema no había acudido a los archivos holandeses donde estaba la información definitiva.
Ahora, con todos estos documentos ya transcritos al castellano actual (la carta diplomática de 1722, las declaraciones notariales elevadas a los Estados Generales, la protesta oficial de Van der Meer conservada en el Archivo de Simancas en Valladolid, la documentación técnica de la WIC, e incluso la tesis doctoral de Balai, Slave Ship Schellingwoude: A Study of West India Company Operations), se puede recrear con fidelidad histórica, lo que vivieron los hombres del Duijnvliet y la tripulación de Amaro Pargo aquella jornada.

23 de Enero de 1722, en algún lugar del Caribe
La mañana del 23 de enero amaneció sin sobresaltos. El viento rolaba entre el norte–nordeste y el este–norte mientras el Duijnvliet avanzaba rumbo a Zelanda, cargado de víveres y con una tripulación cansada tras un año en los trópicos.
Venían de cerrar una larga derrota —Zelanda–Luanda–Guayana— y a bordo viajaban unos sesenta hombres, abastecidos con las provisiones habituales de la Compañía: grandes piezas de queso de doce a quince kilos por cabeza, y cerveza en los toneles, usada como bebida saludable para asegurar la hidratación cuando escaseaban la lluvia o el agua dulce, un sistema muy distinto al que practicaban los españoles.
La guardia de forenoon llevaba ya siete ampolletas cumplidas: tres horas y media de hombres bostezando, repasando cabos y vigilando el horizonte por rutina más que por miedo. Las ampolletas eran pequeños relojes de arena que se volteaban cada media hora; ocho marcaban las cuatro horas reglamentarias de cada guardia.
Entonces todos la vieron: una vela al nornoroeste, pequeña al principio, pero claramente en derrota de cruce. Nadie se alarmó. En aquellas aguas no era raro encontrarse con barcos de todas las banderas. Rijcx dio la orden habitual: mantener rumbo y velas.
Luego vino un cañonazo, uno solo, y vieron como aquel buque arriaba la bandera española. El capitán Cent Rijcx respondió según el manual: tiro en vacío y bandera del Príncipe de Orange, manteniendo el rumbo sin atender el aviso del desconocido. La tensión creció cuando, ya a media tarde, aquel navío los alcanzó y volvió a disparar, esta vez con munición real, llegando casi a alcanzar al negrero holandés.
El Duijnvliet detuvo su arrancada y el barco español comandado por el tinerfeño Amaro Pargo se colocó a su costado. Los holandeses enviaron en la lancha a su primer oficial, Cornelis Boone, pero para sorpresa del capitán, no regresó. Fue entonces cuando subió a bordo un destacamento español y Rijcx fue llamado ante Amaro con su diario de navegación.
El corsario canario no actuó como un pirata impulsivo, sino con la cortesía calculada que algunos compararían al estilo del Gentleman Pirate, Stede Bonnet: cena, mapas y muchas preguntas. Mientras los oficiales quedaban retenidos, los españoles, entre ellos muchos canarios, registraban el Duijnvliet en busca de cacao y del botín procedente de la venta de más de trescientos esclavos en la Guayana, taladrando pipas de azúcar y abriendo cajas. Hubo humillación y robos menores, pero no sangre.
Tras casi un día completo bajo control español, Amaro obtuvo la información que buscaba y devolvió a los oficiales a su barco. El Duijnvliet reanudó su rumbo hacia Europa y Las Potencias viraría hacia el sudeste.
Aquel episodio se convirtió en conversación obligada en las tabernas de Middelburg y en los pasillos de La Haya, y durante un tiempo el nombre del barco de Amaro Pargo quedó asociado al corsario que prefería la estrategia a la violencia sin límites propia de la Edad de Oro de la piratería.




Brutal hallazgo, es increíble, qué buen trabajo. Tenemos otra pieza del puzle sobre nuestro corsario preferido, viento en popa y a toda vela. ¡¡¡Felicidades!!!