Cuando uno se mira al espejo a esta edad no puede por menos que recordar el cuento de la madrastra de Blancanieves. Voy a cumplir 78 años el próximo día 16 de agosto y ya se nota el paso del tiempo. Por eso me he animado a volver a escribir, en abierto, para todo el mundo, lo no contado –o acaso no lo suficiente— de mi vida profesional. Me miro a ese espejo y ya no soy el más guapo, el mejor que escribe, el que más liga. Bueno, el mejor que escribe, sí.
Yo jamás hablo de mi vida personal, porque siempre fui pudoroso a la hora de sacar a la luz públicamente aspectos de mi trayectoria vital que sólo le interesan a personas concretas. Mira que soy irrespetuoso, pero en la vida personal no me ha gustado nunca entrar, a pesar de que me he enfrentado a una veintena de querellas judiciales a lo largo de mi vida. ¿Pero qué son 20 querellas en más de 50.000 artículos, treinta libros y miles de programas de radio?
Pues ahora, en El Burgado.com, he iniciado una serie con nuevos aportes a esa vida que se termina, por razones biológicas y no porque –al menos que yo sepa— exista una enfermedad que motive mi próxima desaparición.
No aguantaría un asilo. Pondría el carrito al borde de la escalera y, catapún, a la mierda. El carro y yo a freír puñetas. No estoy yo para muertes lentas, que son un coñazo y además en los hospitales están tratando a la gente fatal. Como en el HUC, donde te haces viejo en urgencias.
Me he convertido en un viejo, no verde, sino gruñón e intransigente. Me siguen gustando las cosas bien hechas. Soy un perfeccionista, un maniático del orden, circunstancias que se han ido alimentando con los años hasta convertirse en insoportables. Sin embargo, mi vida absolutamente loca, y circunstancias adversas y dolorosas ajenas a esa locura, me han dejado solo, viviendo con mi perrita en un apartamento del Puerto de la Cruz, después de años disfrutando de las mieles de una buena vida, aunque un tanto artificial. Naturalmente que mis dos hijas me vigilan de cerca y me cuidan y se lo agradezco a ambas.
Todos los autores, cuando escriben, lo que hacen es contar sus vidas. Los mejores argumentos de nuestros relatos salen de los patios de nuestras casas, de los cuentos de los abuelos y de la memoria que tuvieron nuestros padres. Sobre todo del mío, que se leía todo lo que caía en sus manos y se bebía también todo lo que caía en sus manos. Murió a los 82 años, diciéndome que sacara fuera de la UVI a un cura imaginario que, según él, estaba escondido detrás de una columna, vigilándolo.
Hizo la guerra con Franco y supongo que lo que estaba viendo era a un rojo armado de un máuser que quería dispararle desde una posición cercana, a él, que era el monaguillo de la Bandera de Falange en la que se alistó el 18 de julio de 1936. No sé si dio algún tiro en la guerra civil, seguro que no. Fue demasiado honrado: nunca se aprovechó de sus adhesiones patrióticas para que le concedieran un carguito. Eso sí, ejerció de niño bien toda su vida, a costa de mi abuelo, que era un crack.
En fin, en este tono quiero que aparezcan estas memorias, cuya primera entrega, anuncio aquí en primicia, está ya publicada en El Burgado.com. Por supuesto que Página 13 tiene todo el derecho a utilizarlas como quiera. Son suyas también.