Tenía por aquellos años, una caja cilíndrica, que se compraba en los recién nacidos supermercados, hijos de aquellas tiendas de Comestibles y Ultramarinos, en cuyo interior venía jabón en polvo para lavar la ropa, para hacerlo a mano o con lavadora, de la marca AJAX; no, COLÓN probablemente, no fue el primero (en esto de los jabones, me refiero… Y en lo otro, tampoco).
En casa de mis tíos en Las Palmas, tenían un par de tambores de aquellos, y tanto mi tía, como mi madre, los habían empapelado, forrado, recubiertos por fuera, con hojas de revistas de la época: Garbo, Blanco y Negro, Semana… Las “intocables” eran las Burda, unas que eran de moda, de corte y confección, que traían una separata con los patrones para realizar muchos de los modelos que se mostraban en el interior. Se calcaban estos patrones con papel transparente blanco y luego se copiaban poniéndolos encima de la tela, pintando con una tiza especial “de sastrería”. Lo comprábamos en el estanco… – Doña Lala, mi madre que me dé un duro de “papel de patrones”- Toma, y pregúntale a tu madre si tiene el Burda de Abril, y me lo presta. Y para casa, con una pastilla de plátano en la boca, que te había convidado doña Lala.
Nosotros teníamos también un tambor forrado, y dentro guardábamos los indios y vaqueros, los soldados romanos, los caballeros cruzados, los soldados de infantería…, de plástico, y unos especiales blancos, unos caballeros medievales, con su lanza de justa y caballo al galope, que venían de regalo dentro de esos tambores. Los llamábamos “los más poderosos”, porque en el anuncio de la tele que promocionaba esa marca de jabón, se veían piezas de ropa tendida, que quedaban resplandecientes y “superblancas”, después de ser tocadas por la lanza de un caballero medieval que aparecía al galope mientras se escuchaba un cántico que decía: ¡El más podeerosooo!
Cuando en el verano nos fuimos a Las Palmas, y una vez casa de mis primos y volteado para no dejar ni un “bicho” dentro (así los llamaba mi tía Soly) el tambor de Ajax de mi primo, me llamó la atención, un “bicho” que no había visto nunca. Un robot de color dorado, en una peana de color gris, que giraba sobre sí mismo, y que tenía en su mano derecha una varita que apuntaba al suelo. – ¿Y este robot?-le pregunté a mi primo. Con una sonrisa triunfalista me dijo- Este es “El maravilloso mago electrónico”.- Se levantó, abrió el armario y sacó una caja grande, del tamaño de la de los Juegos Reunidos, dónde se veía al robot sobre una especie de tablero con dos círculos.
Sacó una serie de artilugios de la caja y recuerdo ver diferentes tableros con círculos de preguntas y respuestas de muchos temas, con un gran colorido. Y mi primo me explicó su funcionamiento. Se trataba de colocar al “mago electrónico” en la parte izquierda del tablero en un hueco donde encajaba la peana gris, que ponía «preguntas», girarlo hasta la pregunta que queremos hacer, y posteriormente colocarlo encima del centro de la circunferencia de la derecha, que tenía un espejito, e «increíblemente» el mago electrónico giraba, señalando con su varita la solución correcta a la pregunta. Era algo “mágico”.
Unos días después, había convencido a mi primo; teníamos que investigar el “por qué” de que el robot, se moviera hasta la respuesta correcta. ¡Y no fallaba nunca!
“Rompimos sin querer” la caja, buscando que engranajes o circuitos eléctricos o electrónicos hacían posible aquella maravilla, que magia era aquella, pero sólo encontramos unos círculos de cartón, con unas muescas y unos imanes. Joder…¡unos imanes! Pancho, un primo de mi primo, que nos llevaba como cinco años, aquella tarde nos explicó, o eso pensó él, que todo el misterio se basaba en imanes y en las fuerzas magnéticas, cuestión esa que para entenderla (enanos) “hay que estar en bachiller”… Pero aún así, lo seguíamos viendo como algo mágico.
Después de la bronca y el castigo por haber roto un “juguete carísimo” (y nuestro interés investigador… ¿qué?), el robot pasó a ser ya definitivamente parte de “los bichos del tambor”. Y ganaba muchas de las peleas y las batallas que montábamos porque…. ¡joder, era un robot! (Niñoooo, esa boca…que te la lavo con Ajax).
Por cierto, aquellas batallas de indios y vaqueros, ayudados de cruzados medievales y del robot, del mago electrónico, eran “de verano” o “de invierno”. Cuando tocaba batalla “de invierno”, realizábamos una incursión de comandos hasta el baño, que estaba al final del pasillo, para coger el bote de polvos talco, y echar por encima del campo de batalla en todo el suelo de la habitación porque… había nevado.
Después los “bichos” al tambor y nosotros… a patinar. Luego, el resto de la tarde castigados (penados decía mi tía), cada uno Pepe y yo, en habitaciones diferentes hasta la hora del baño; y al terminar de cenar, aguantando el tipo delante de “los viejos”, escuchábamos lo que ya sabíamos.- Y mañana…ya veremos si mañana hay baño en la playa. Pero al día siguiente, y en la playa, con la Peña La Vieja enfrente, pedíamos perdón, prometíamos decírselo al cura cuando nos confesáramos, y asunto olvidado…¡al agua!
Mi madre y mi tía también tenían sus tambores de Ajax. Pero ellas guardaban agujas de punto, madejas de lana, algún Burda y conversaciones… Muchas horas de confidencias entre cuñadas.
Y digo esto, porque ya con el verano terminado y en Tenerife, veía por las tardes a mi madre con las agujas de punto en sus manos, el hilo de lana saliendo del tambor de Ajax, y cuando se trababa en el fondo, ella suavemente tiraba de él, acomodaba algo en el fondo, asentía con la cabeza, sonreía y seguía… dos del derecho, uno del revés.
En la radio, sobre la mesa camilla, las voces de Maribel Alonso, Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa, Vicente Mullor y Eduardo Lacueva, desgranaban la historia que se contaba en “la novela”.