martes, 14 octubre, 2025

Exámenes trimestrales, la sin sun san de Washington, y Emiliano GC

En aquellos años, aún de dictadura, el sistema educativo se estructuraba de forma que al finalizar cada trimestre, había que realizar una serie de exámenes por asignaturas, cuyo contenido correspondía a los temas tratados durante ese período. Tres exámenes trimestrales y uno final, del que podías “escapar” si tu nota media de los trimestres lo permitía, y a juicio del docente que impartía la asignatura.

En Bayco, el colegio dónde estudié todo el bachillerato, (años después vine a enterarme de que su nombre significaba Bachillerato Y Comercio) esos exámenes se realizaban paralizando es resto de actividades y clases con horarios específicos de día, clase y asignatura, y el lugar de realización eran dos grandes aulas: La de Ciencias y la de Dibujo y pretecnología, ésta última más reducida y con menos capacidad.

4º A. Historia. Srta. Beatriz.9:30 horas. Aula de Ciencias.

Aunque no era alumno de usar profusamente chuletas en los exámenes, debo admitir que las usé en ocasiones, más como un desafío de “a ver si me puedo copiar o me pilla”, aunque eran muchas las veces que hechas las chuletas y colocadas convenientemente, no las utilicé.

Pero en aquel examen de historia de finales de marzo, las chuletas iban “convenientemente” cogidas con imperdibles en el interior de la chaqueta.

A la entrada del aula de Ciencias por la primera puerta, tenía dos, encontrabas a la derecha la gran pizarra, frente a ti cuatro grandes ventanales, en la pared del fondo, armarios empotrados con puertas de cristal hasta el techo con minerales, pesas y la mayor colección de animales disecados que hasta entonces, había visto.

Cuatro filas de pupitres de “a dos”, y te llamaban por orden de lista y te sentaban a tresbolillo… tú a la derecha , el siguiente detrás, a la izquierda, y así.

Me tocó cuarta fila, último banco a la izquierda…¡Ni adrede! Después de copiar las preguntas de la pizarra, mentalmente me decía: Ésta la tengo en el lado izquierdo, la otra en el derecho abajo… Tres profesores caminaban vigilando por los pasillos entre los pupitres, pero una vez cogidos en la rutina… A copiar se ha dicho. Esperé a que algún compañero entregara para no ser el primero; me levanté y me fui derecho a recoger del suelo delante de la pizarra los libros, y colocar el examen en “la tonga” de sobre la mesa.

-Martín, se deja la chaqueta.- Me giré y allí estaba la señorita Beatriz, blandiendo mi chaqueta… Y las chuletas cayendo al suelo. Las recogió, llegó hasta mí, me entregó la chaqueta y me dijo: Quiero verlo en mi despacho a las doce.

-Nunca pensé en que usted copiaba-  me dijo. -Pues ya ve, momentos de debilidad los tenemos todos. -Voy a darle una segunda oportunidad. Mañana, se presenta de nuevo con 4ºB. Venga solo con el bolígrafo y en manga corta.-

Y me presenté al día siguiente. Y saqué un 7.5. Y me puso un 5. Y escapé. Y muchos, muchos años después, ejerciendo ya de docente, cuando he pillado a alguno copiando, en muchas ocasiones me oigo decir: Voy a dejar que se presente con el otro grupo pasado mañana. Venga con el bolígrafo, y en manga corta.

Creo que ya he comentado que en aquellos años, las guaguas que iban a Tacoronte, Valle Guerra, Tejina y Punta del Hidalgo eran de Transportes Vimar. Fueron las últimas en quitar al “cobrador” que iba sentado de lado en la guagua, nada más entrar y vendía los “tiques” a diferentes precios según el trayecto que ibas a hacer.

Ya veraneando, algunos días subíamos a La Laguna, por la tarde, al cine. Por una cuestión de… ¿A qué si soy capaz…? , Suso el Danone se llevaba la palma. Subíamos todos, los cinco o seis que habíamos venido al cine, y él subía el último. Todos pagábamos y él, cuando le llegaba el turno, pasaba a la altura del cobrador y ante la mirada inquisitiva del susodicho, con cara de circunstancias y mirándole directamente, el Danone decía: Yo no pago; soy de la “Sin Sun San” de Washington. En alguna ocasión más que no pagar… Cobró una colleja por gracioso.

Y cuando se hacía el dormido al subirse el ticador y pedir el tique, para trincarlo con el alicatito, y lo movía en el asiento, y entre movimientos de cabeza y hombros decía: Un rato más…má. Un ratito más. O abría los ojos, miraba el reloj y decía…¿Ya llegamos maestro?

Y hablando de relojes. Voy a ocultar por cariño y respeto el nombre verdadero del coprotagonista de este sucedido, ya tristemente fallecido hace años de forma prematura, Llamémosle Emiliano, Emiliano G.C.

Volvíamos a clase después de las vacaciones de Navidad. El primer día, comentábamos que libros, discos y ropa nos habían traído sus Majestades; ya éramos “mayores”, los juguetes eran para los peques. Pues esperando a entrar en clase, en el patio, el amigo Emiliano no paraba de mover de forma ostentosa su brazo izquierdo, en cuya muñeca se veía un flamante reloj digital Casio, creo que ese modelo se llamaba Casiotron. El hacía por mostrarlo para que le preguntáramos, y el grupo que estábamos allí, disimulábamos a base de bien haciendo que no lo veíamos.

Ya en clase de Ciencias con D. José Manuel, un genio haciendo cuadros sinópticos, creo que ya lo he comentado, y con Emiliano sentado justo delante de mí, seguía moviendo el dichoso brazo, de forma que se viera el reloj, una vez y otra, a la petición de un voluntario para salir a completar un cuadro sinóptico “mudo” a la pizarra.

Marcos Real, que se había sentado a mi lado, porque Julio el foca no había venido, jugaba distraído con la cuerda de la persiana. Y sucedió todo “muy rápido”.

Le quité la cuerda de las manos, la até al cintillo del pantalón de Emiliano, justo cuando D. José Manuel, decía: – A ver Emiliano, bonito reloj…. Venga, salga a la pizarra a ver si deja el cuadro tan bonito como el reloj. Y Emiliano se levantó, y tensó la cuerda, y jaló por la persiana, y la desencajó de la pared… Y fuerte estropicio usté. Lo mejor fue convencer a D. José Manuel, que la cuerda de la persiana era tan larga, era verdad, que a Emiliano, se le había enredado, sin saber cómo, al cinto. Del fondo del aula, una voz que aún hoy, no logro reconocer, dijo:

-Claro joder, con tanto movimiento de brazo para que le preguntemos por el puto reloj.

Un par de años después, las vueltas de la vida, y sin tener conocimiento previo de esta circunstancia, coincidimos estudiando en la Escuela de Magisterio y una tarde, en la cafetería con otros compañeros contando cosas de bachillerato, recordé (se me escapó) la anécdota de la “trabada” de la cuerda de la persiana en el cinto de Emiliano. No le hizo mucha gracia, y yo quitándole hierro al asunto le dije: -Supongo que después de tanto tiempo que ha pasado, alguien te habrá dicho que no te trabaste, que te la amarró a un cintillo Marcos Real.

-Sí; algo me dijeron. Voy a por un cortado –dije. ¿Alguien quiere algo?

Ricardo Martín
Ricardo Martín
Docente jubilado. Curioseante.

2 COMENTARIOS

  1. Genial narración un afectuoso abrazo para ti y un grato recuerdo del amigo ausente, al que a tu manera le has rendido homenaje. Porque la verdadera muerte, y tristemente, es el olvido.

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