En la entrada del edificio donde pasábamos aquellos irrepetibles veranos de los setenta, había un escalón que ocupaba no sólo la puerta, sino una gran cristalera, que dejaba ver el interior del recibidor en el cual había un jardincito con una fuente curiosa, parecía zen, unos cactus, picón…y ¡una pimentera! , que como tantas cosas en aquel edificio era comunitaria. (Niño, bájate a “planta” y trae una pimienta). Al fondo un mostrador dónde Sebastián, el portero, dormitaba las tardes sobre un alto taburete, haciendo que leía un ejemplar de ‘LaTarde’, que convivía con un cenicero, una caja de cigarrillos Kruger y una linterna de aquellas de “petaca”, y después las escaleras y el ascensor.
A la entrada, en la pared de la derecha dos posters: uno del Valle de la Orotava, y otro de una playa, no recuerdo cual, de Venezuela, en la cual Sebastián no se cansaba de repetir que él se había bañado, cuando joven, en bolas. También una placa serigrafiada que debió poner en otro tiempo ‘Planta 0’, ya que había otras similares por piso, pero aquella ya sólo ponía “Planta”.
Y así denominábamos todos, chicos y mayores al lugar: “Planta”. Era común decir, voy a bajar a “planta”, espérame en “planta”, o búscalo en “planta”…
Allí leí los primeros veranos libros de Los Cinco y los siete Secretos, y posteriormente “El lobo estepario”, “Diario de Daniel”, algo de Neruda, y Kalhil Gibran. También era el espacio de juegos de mesa, parchís, oca, damas, ajedrez… y envite. Después de comer, y hasta “hacer la digestión” e irnos a echar un baño al Charco La Laja, a pajarear o a vivir mil y una situaciones, estábamos sentados, echados, tirados…en “Planta”. También allí, a la tardecita y cuando no apetecía el baño, tocábamos la guitarra, imitando a Neil Young, a los Beatles, o a Víctor Jara, que para todos los gustos y situaciones había.
Y en eso estábamos. Era la Fiesta de los Corazones en Tejina, finales de agosto. Hacíamos tiempo para irnos a la verbena; todos los padres y madres, menos Doña Araceli, que tenía migrañas, las padecía decía, y su marido Machín, los padres de Miguelito, Pepe y Pablo, se habían ido a comer juntos a “Casa Arturo” (ya no existe), en la curva de El Pico, pollos fritos, batatas con cilantro y ensalada, y se eternizaban después en la sobremesa con puros, cachimbas, güisquitos y “ronmieles”. Nosotros, bocadillos de carne “jamonada” y refrescos (Cuidado con la botella que es de cristal, no se rompa en el bolso) en el Charco la Laja.
Pablo tocaba la guitarra, cuando su hermano Pepe, se asomó al balcón de su apartamento en el cuarto piso, y gritó: – Ya bajooooo!!!.
Escuchamos un gran ruido. Pablo dejó de tocar y dijo: -Eso fue en mi casa- y corrió escaleras arriba. Pepe y Pablo eran hermanos, tenían otro más chiquito, Miguelito, que tenía unos tics, llevándose las manos a la boca, que todos imitábamos.
Todos corrimos detrás, y al llegar a la puerta del apartamento, no podía abrirse.
-¡Papá!… ¡Má! ¡¡Miguelito…abraaannnn!! . Unos minutos después la puerta se abrió y entramos Pablo, Ninito y yo. En el salón nos encontramos a Machín, llevándose la mano al pecho y gritando: ¡Diossss… Dioss! En la cocina vimos a Doña Araceli que se le había caído encima uno de los armarios de la cocina, sobre el pecho. –Ayúdenme, decía. Intentamos dejar a aquella mujer liberada de la carga; llegó Carlos el gordo, que se lo quitó de encima él solo, y salimos al salón; pensábamos que al padre le había dado un infarto y casi. En eso, del cuarto de baño, salió Pepito, con una toalla que le tapaba toda la cara, roja, roja de sangre, diciendo: -¿Y a mí?. ¿Nadie me ayuda a mí?- ¿Qué te pasó?- ¡¡ Joder no ves los cristales?! ¡Atravesé la cristalera!. Su hermano y yo lo volvimos a llevar al baño y cuando le quitamos la toalla de la cara… en la unión de la ceja izquierda y la nariz, tenía el corte más grande que yo había visto jamás. Le pillaba toda la frente y tenía por lo menos dos dedos de ancho. Casi no sangraba ya, pero era lo más parecido a un corte de separación de un bisté de cerdo de la bola.
¡Hay que llevarlo a que lo vean!.¡Al hospital!, decía Machín. Ni hablar le decía Dª Araceli a Machín, tú en este estado no coges el coche.
Pablo y yo nos miramos y nos llevamos a Pepito fuera; lo metimos en el ascensor con la idea de parar a cualquier coche que subiera del Club Náutico. Cuando llegábamos a la acera, llegaba el abuelo de Aurorita. En su BMW rojo, con su perenne puro en la boca, y con un pedo de película.
-¿Qué pasó muchachos?. Separamos la toalla de la cara de Pepe, y dijo: – No me gusta nada; métanse en el coche que vamos a ver a José Miguel, el practicante (lo de ATS, es más nuevo) de Tejina.
¡Qué odisea!; la carretera se le hacía estrecha a D. Manuel. Fueron tres kilómetros escasos hasta el pueblo, pero íbamos sudando, y acojonados de cómo conducía aquel jodido. Entramos tocando la pita por el Ramal, y un policía en moto, nos paró. El viejo comentó la situación, señaló al sillón de atrás, y ante la toalla empapada, los quejidos de Pepe y nuestras caras dijo: -Nada, a casa del practicante no, que no está, porque es de la Comisión de los Corazones. Derechitos p’al Hospital de Dolores en La Laguna. ¡Vaya usted detrás de mí!. Y salimos de Tejina, detrás del guindilla, que llevaba las luces azules puestas, y la sirena. Cuando pasamos delante de la gasolinera de la recta de El Pico, se nos unió el otro guindilla y a toda leche a La Laguna. De película. Pepito decía: -Joder, déjenme levantarme tíos p’a ver la movida; y Pablo, lo empujaba de nuevo para que se echara en el sillón: ¡Y una mierda…que te desangras!. Perooo, coñoooo, que hace más de media hora que no me cae una (puta) gota de sangre.
¡Silencio coño! –decía D. Manuel- que no oigo a la poli. Se regodeaba el muy jodido de ir escoltado.
Llegamos al antiguo Hospital de Dolores en La Laguna; aparcamos sobre la acera y la pareja de polis se despidió de nosotros, que estábamos ya en la puerta; ¡aguanta chaval; con dos cojones!… con su permiso, nos retiramos. D. Manuel les dio una palmada en el hombro al más cercano y se fueron. Tenga cuidado al volver, tómese un cafelito.(Manda güevos; hoy no te digo la que le hubiera caído al viejo)
Chicos, venga p’a dentro. Pablo, tú que eres el familiar, explica cómo fue todo. Yo los espero ahí enfrente, en El Tocuyo, y el muy cabrón se metió en el bar de enfrente.
Nos recibió un practicante que le quitó la toalla a Pepe de la cara; le echó un vistazo y comentó: – Vamos hijo, a coserte eso. ¿ Dices que fue hace una hora más o menos?. Te va a doler un poco porque la herida está fría. Venga, tira. Y desapareció con Pepe y Pablo, detrás de una puerta amarilla pálida, blanca en otros tiempos, con ventanucos de cristal esmerilado.
Escuché algunos gritos y quejidos, pero fueron pocos y como a los diez o quince minutos, las puertas se abrieron. Ya sabes -le decía el practicante a Pablo- las curas como te he dicho, ¿eh?.
Salimos a la calle, y crucé al bareto a buscar al abuelo de Aurorita. Me miró desde su sitio en la barra y me preguntó: ¿listo?. Pues p’a casa. ¿Qué se debe chaval?. Y salimos al coche.
Parecía que bajando por Pedro Álvarez, D. Manuel iba más entonado, y conducía casi derecho. Pablo le decía:-D. Manuel, derechito que ya hemos tenido bastante. Chaval -contestaba- ¿me estás llamando borracho?, jajajaja.
En el trayecto, me contaron que el practicante montó un “pollo” porque no encontraba las gafas de ver, y lo cosió sin gafas. Creo que le montó la carne, y no la puso a faz un lado con el otro, -decía Pablo- Y yo me cago en tu madre que es la mía –respondía Pepito. Y llegamos.
Nos estaban esperando todos, pero todos, grandes y chicos, padres y madres, en la entrada del edificio, en el escalón, apoyados en los parterres de fuera y…en “planta”.
Todos se tiraron a abrazar y a preguntar a Pepito. Ya con Machín y Doña Araceli recuperados, Pepito se hacía el fuerte y decía que no le dolía nada, pero bastante que se había acojonado cuando traspasó el cristal de la puerta de corredera.
En eso estábamos cuando D. Manuel, que había logrado aparcar llegaba a “planta” y comentaba: – Machín, ¿no habrá medio güisquito p’al conductor de la ambulancia?. Doña Aurora, la abuela de Aurorita, le metió un pellizcón en los michelines y le dijo: – Pero Manolo, hijo….
Y la “manifestación” se fue diluyendo. Después de cenar, sin ánimo ni ganas de verbena, sólo coincidimos en “planta” Pablo, Ninito el hermano del Danone, el Danone y yo. Y nos echamos un envite entre cuatro, pero con los triunfos de jugar entre seis.
Pepito, hoy es José Víctor, y ya pasó de los setenta años. Si lo miras de frente, en el lado izquierdo, donde se unen la ceja y la parte alta de la nariz, y desde ahí hacia arriba, como un centímetro, el resto casi ni se nota, tiene una cicatriz mal cosida, con un lado montado sobre otro, y no a ras. El abuelo de Aurorita falleció ya hace muchos años, el antiguo Hospital cerró hace años y se trajo para El Ramal, por el Cardonal, y… El Tocuyo, sigue abierto.