martes, 14 octubre, 2025

La ouija y las inglesas, los bailes en el club y el día que ardió la platanera

Aquellos veranos de principios y mediados de los 70, significaron para los de mi generación, encontrarse con muchos temas, en revistas, programas de radio, e incluso algunos libros editados por fin en España, con temas calificados de “extraños”, temáticas relacionadas con lo paranormal y asuntos “pá dejarlos así”, como decía maestro Juaquín ( con U ).

En mi caso, tenía cercanos a grandes amigos de mi padre, a él mismo, que nunca dejaron sin respuestas mis preguntas, guiándome e indicándome la “peligrosidad” o inconveniencia de participar en unos temas u otros, o aplaudiendo mis incursiones o participación en otros, incluso  mis iniciativas propias en “la búsqueda”.

En esos días, llegaron a los apartamentos donde veraneábamos en Bajamar, unas muchachas inglesas, lo cual para la pandilla era sencillamente alucinante. Chicas solas, de más o menos nuestra edad, solas; a pasar unos días en nuestro pueblecito norteño, en “nuestro” edificio… ¡solas!

Sobre todo los chicos mayores de la pandilla tomaron posiciones enseguida, y en dos o tres días ya había trato y relación para “mejorar el idioma”. Tres, eran tres, y una de ellas, Sheila, ¿o era Sally?, trabó rápidamente con Ninito, nuestro Neil Young particular.

A los pocos días, venían con nosotros a la playa, les explicábamos lo que era el escaldón y la carne mechada y la ropa vieja, e intentábamos por las tardes enseñarles a jugar al burro y al envite. ¡Manda güevos!. Nuestras madres, nos hacían el marcaje de lejos:- Y esas niñas, ¿vinieron solas de verdad?. Pues vaya madres que las dejan viajar a tantos kilómetros de su casa….¡y solas!

Una de aquellas tardes nos reunimos en el apartamento de ellas; habíamos estado hablando de fenómenos paranormales y “del vaso”. Y entre chapurreos y “espanglis”, decidimos “jugar al vaso”. Pablo, Ninito, Carlos, las inglesas, Sheila ¿o era Sally?, Patricia y Mary, creo que se llamaban las otras, el Danone y yo. Todos sentados alrededor de la mesa preparada, con papelitos con las letras, el vasito, una vela encendida, ¡y eran las cinco de la tarde!, pero el ambiente es el ambiente. Decidimos que yo no pusiera el dedo en el vaso, y que tomara nota en un cuaderno de lo que allí sucediera, según lo que había oído en las conversaciones de “los viejos”, e incluso había preguntado directamente el por qué de hacer eso así. Comenzamos.

-Hola; si hay alguien aquí, alguna entidad, alma perdida, espíritu o inteligencia ajena a nuestro mundo que se manifieste. El vaso, quieto.

Repetimos. Con voz más segura, y algo elevada (había que impresionar a las inglesas) Pablo de nuevo: -Por medio del vaso, o mediante algún fenómeno del que quieras hacer uso, si hay alguien aquí…¡manifiéstate!. Tran, tran. La pequeña nevera del apartamento, se estremeció, en ese movimiento y ruido típico de “cuando cargan”. Nos miramos, el Danone que era el que estaba más cerca, la abrió y dijo: -Ñoss, ¡está apagada!. Yo estaba cerca de un interruptor de la luz; le di. ¡No enciende!.

El último en llegar a Planta (la entrada donde estaba el mostrador de la portería), fue Carlos el gordo. Bajamos los escalones, estábamos en un segundo piso, de tres en tres. Risas y frases nerviosas; explicaciones chapurreadas, y en eso Ninito tocó el botón del ascensor. –No funciona tampoco. Claro joder, ¡es que no hay luz en todo el edificio!. Carcajada general, y a buscar las toallas para irnos a dar un baño al “Charco La Laja”.

Una de aquellas tardes de baño, cuando regresábamos, lo hacíamos atravesando una de las fincas de plataneras existentes entre la vereda que subía del risco, y el edificio de los apartamentos. Podíamos venir por otras veredas, pero era más emocionante hacerlo por dentro de esa finca. El reto era caminar sin hacer ruido al pisar las ramas secas de platanera, además de evitar a los trabajadores de la propia finca, los “jorcón boys” que decía Arístides Moreno.

También era un lugar seguro, pá echarnos un cigarrito, fuera de miradas. Pues en esa tarde estábamos; el Danone venía encendiendo fósforos de aquellos de palito de cera, de la cajita con el canario en la tapa, y haciéndolos volar como “cohetes”.

Llegamos a los apartamentos. Y como siempre, ducha, bocadillo de mortadela, o de mantequilla con azúcar; Cola Cao de la nevera, y delante de la tele a ver McCloud, o Kojak.

De repente, voces… Y un revuelo de las madres en los balcones.-Pues es humo. Es un incendio en la finca de detrás de los tarahales.

Salimos todos a la calle; efectivamente se veía humo y alguna llama a través de los muros de bloques como a cuatrocientos metros, en una de las fincas de plataneras. E iba a más.

Habían pasado un par de horas. Ya era de noche. Habían venido los bomberos, la policía municipal, los trabajadores de la finca…Había muchos curiosos; algunos de los padres de “la tropa”, gente que subía del Club Náutico. De en medio del follón, llegó don Nino, y dio las explicaciones a todos, padre, madres e hijos que estábamos en la entrada del edificio: -Se ha pegado fuego las hojas secas de las plataneras. Parece que pudo ser el efecto lupa de alguna botella, o alguna colilla que llegara volando desde algún coche. El Danone y yo nos miramos. La reunión se fue disolviendo, y cuando íbamos a coger el ascensor, don Nino y Danone iban delante de mí; lo agarró del brazo y con aquel hablar peculiar que tenía, entre dientes, me pareció escucharle: -No me extrañaría que tú tuvieras algo que ver en este episodio, no me extrañaría en absoluto “garrulito”. Y Suso, por el pasillo, bailaba “como Travolta”.

Los viernes y los sábados en el Club Náutico, hacían bailes para “la juventud”. La discoteca que tenían montada en uno de los salones con bar, eran cuatro luces, un equipo de música bastante apañado, y Perico el sobrino del conductor de Transportes Vimar, que pinchaba los discos. Yo no lo conocía de nada, pero el primer día que se “abrió la temporada”, al entrar al salón, Ninito lo conocía, se saludaron e hizo el comentario: -Joder, Perico el sobrino de “el de Vimar”, y me dijo que le pagan cien pesetas y copas gratis por pinchar.

Era mi primer contacto con discotecas, y aunque el baile no era, ni es, mi fuerte, me gustaba sentarme, sentirme mayor con un cubata en la mano, un cigarrito en la otra, (despachando alcohol a menores, y permitiendo el fumeque en un sitio cerrado, manda güevos) y ver a la gente bailar, además de escuchar la música a toda pastilla, ya que sonaba completamente distinta a como lo hacía en mi cassette.

Y las chicas se acercaban. -¿No bailas?. No se me da mucho, – respondía. Y se quedaban hablando conmigo de ouijas, ovnis y espectros. Y de cómo si soñabas por la noche con que caías por un precipicio, y de repente te despertabas, es que habías “vuelto del astral”, que era como morirse pero volver a tu cuerpo de nuevo, pero eso sí, si te cortaban el “cordón de plata”, entonces no podías volver y te quedabas en una especie de purgatorio, para que me entiendas. Y sonaban los Doobie Brothers.

Cada uno jugaba sus cartas para ligar.

Ricardo Martín
Ricardo Martín
Docente jubilado. Curioseante.

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