Ya faltaba poco para Navidad; las vacaciones las daban el día 21, porque era viernes. Hacía frío aquella mañana y teníamos clase de Pretecnología y dibujo. En un silencio de cementerio, sólo se oían algunas tijeras sobre las mesas, y el siseo de cartulinas y papeles de colores; no estaba el horno para bollos. Todavía estaba reciente lo del lagarto en la gaveta, y para muchos irse con una nota del Jefe de Estudios, acompañando a las notas del trimestre, dónde se recordaba a la familia la necesidad de un correctivo ejemplar al portador de la misma por la situación producida en la clase de Pretecnología y dibujo hacía unos quince o diecisiete días, que había llevado al borde del colapso a la Señorita Mercedes, profesora que era de Pretecnología y dibujo, además de Bellas Artes.
Menos Colacho, que era el ojito derecho de la profesora, y dos más que estaban enfermos ese día, creo que todos llevábamos copia de la oportuna nota…. Total, tampoco fue para tanto.
La Popotitos, así llamábamos a la señorita Mercedes (profesora de Pretecnología y dibujo, además de Bellas Artes), era flaca como un cangallo, además de chiquita y fea a rabiar. Llevaba siempre uno de aquellos peinados de peluquería de la época, que hoy me recuerdan a los cascos de los gorilas guerreros de El Planeta de los Simios… Pero con una mala leche que….
Cuando comenzó a darnos clase ya traía puesto el nombrete; era la Popotitos para todos los de bachillerato y punto. Yo no supe hasta tiempo después la causa cuando escuché una versión en castellano de aquella canción de rock, cantada por los Teen Tops y Enrique Guzmán, y sólo muchos, muchos años después, supe que la canción tiene la música, pero la letra no tiene nada que ver, aunque es similar, con la versión americana «Bony Maronie», pero esa es otra historia.
En aquellos años, no existían los bloques de casas de Los Gladiolos, y desde mi colegio hasta la “La IPAN” por Tío Pino, sólo eran huertas, fincas de plataneras, y alguna casa terrera. A las plataneras íbamos a coger lisas, porque nos habían dicho que en una farmacia en Santa Cruz las compraban para “hacer experimentos”. El encargado de llevarlas era un tal Tauroni, un chico que había venido de Venezuela hacia un par de cursos. Realmente nunca supimos que pasaba con las lisas, pero el tipo traía dinero, y jurábamos guardar el secreto para no “levantar la liebre” con los otros compañeros (solo unos pocos estábamos en la pomada), y a mí de vez en cuando me tocaba peseta o peseta y media, y a veces hasta medio duro, de las supuestas ventas. Ojos que no ven….
También teníamos “campitos de fútbol” por todas aquellas fincas y solares, dónde le dábamos al balón; hacíamos los postes con piedras. – ¡Cuenta los mismos pasos pollaboba…no ves qué la de allá está más chica!- Y los más torpones nos poníamos “a puerta”. Hoy a los torpes en los recreos…bueno…nada.
Pues en una de aquellas incursiones en busca de lisas, y al levantar una de las piedras, pillamos medio adormilado a un lagarto “cojonudo de grande” según Julio “el foca”, y lo metimos en otra bolsa.
Julito, era un bambayo, así lo llamaba Marcos Real, que era de La Palma. Grande; todo lo que tenía de grande para su edad, lo tenía de torpe o de gandul. Pero en realidad el era Julio “el foca”. Así le había puesto Toribio desde que estábamos en primero de bachiller; el motivo que hoy sería tenido en cuenta como algo cuánto menos interesante, en aquél tiempo era motivo de burla. Julio sabía muchíiisimo de peces, de peces de acuario.
Tenía, los vi personalmente, más de una docena de acuarios en su casa, y te decía los nombres de los peces…¡en latín!. Era increíble; pero ni en el resto de conocimientos de Ciencias, ni en las asignaturas que cursábamos estaba a la altura. Corría con los brazos pegados al cuerpo, y sólo movía al compás de la carrera, las manos a la altura de las muñecas, haciendo que pareciera un “hombre de las nieves”. Y después sus grandes gafas de culo de botella, con las que hacíamos hogueras utilizándolas como lupas contra el sol.
Llegamos a clase y se le ocurrió meter al lagarto en la gaveta de la mesa del profesor, dónde la Popotitos guardaba reglas, pegamentos, afiladores, y un largo etc. “pretecnologeril”.
Teníamos clase con la susodicha después del recreo. Entró, pasó lista, y algunos se levantaron para pedir unas tijeras, un pegamento…. La Popotitos abrió la gaveta; el lagarto saltó de dentro de la gaveta al pecho de la susodicha, y desde allí a la mesa, dónde se quedo estirado y con la cabeza en alto, desafiante. Para cuando eso sucedió, chillaba despavorida sobre una silla, en la esquina de la papelera (afilen por dentro, por favor, que ya no son pequeños), después de haberle dado una patada, llamando al Director, al Secretario, y creo recordar que dijo algo como “cabrones de mierda”, pero no lo creo; no eran palabras para decirlas la señorita Mercedes, profesora de Pretecnología y dibujo, además de Bellas Artes.
Pues si, como decía, era una mañana de frío y parecía que iba a llover. Cómo éramos mayores, la gran mayoría no llevaba ya gabardina, de aquellas que arrugabas y metías en un bolsito del mismo color y con un cinturón de plástico que se rompía a la semana, sino que teníamos anoraks, unas chaquetas impermeables, cojonudas, que te daban cierto estatus… Si tenías anorak, eras de los mayores de bachiller.
De repente se abrió la puerta; entraron Don Opelio el Secretario, y don José Manuel el profesor de Ciencias Naturales, que hacía unos cuadros sinópticos como no he visto otros en toda mi vida, y se acercaron a la mesa de la Popotitos. El Foca y yo, por apellidos, éramos de los del primer pupitre pegados a la mesa. Se acercaron y con poco disimulo, pero bajando la voz, le dijeron a la flaca: – Que ha dicho “el parte” en la radio, que han matado los de ETA al Almirante Carrero en un atentado. (Ñosss).
Siguieron comentando que el Director había decidido llamar a las casas de los pequeños, y de algunos más para que los vinieran a buscar; que la Popotitos dejara salir “a los de micro” y que el resto en diez minutos recogieran y “pá casa”, y qué no habría clase por la tarde.
Era temprano, y decidí ir caminando hasta mi casa, y gastarme algo del dinero de la guagua en un paquete de pipas, un chicle Doublemint y un Rothmans.(Si, ya fumaba, si)
Y tranquilito, crucé por la Cruz del Señor, Barrio del Perú, fincas y descampados dónde hoy están las Indias, el barranco y salí por la Calle Hero, hasta casa, despacito.
Cuando llegué mi madre estaba en el balcón; angustiada. -¿Dónde te metes?¿No sabes que han matado al Almirante Carrero los de la ETA?- Claro, por eso hemos salido antes de clase.
Dejé las notas sobre la mesa del despacho de mi padre; buenas como siempre. No excelentes, buenas sin más. Todo notables; algún aprobado, y un sobresaliente en Lengua por redactar bien; eso me había dicho Dulce, la profesora.
El oía la radio; las miró, me felicitó y me dijo que si no había clase por la tarde, habría que llamar al colegio a ver que pasaba mañana.
-¡Mami, ¿quieres llamar al colegio a ver que pasa con tus hijos mañana?.- A Suso, lo había traído el micro, y el chófer no había sabido decirle.
– Papá, también hay una nota del Jefe de Estudios sobre…. -¡ Calla hombre, no ves que están dando noticias del atentado!.
Me metí la nota en el bolsillo. Me senté en el escalón del cuarto de baño, y puse atención a la radio.
– … “Descendiente de una familia de militares, pues su padre y su abuelo pertenecieron al ejército, Luis Carrero Blanco nació en Santoña en 1904; era el primer hijo de Camilo Carrero Gutiérrez, teniente coronel del ejército nacido en La Coruña…..”