martes, 14 octubre, 2025

Por allí arriba hay una huerta, mira ver si le das a la pala y Juan Pardo

Siempre recordaré las Fiestas de Arte, las elecciones de Reinas de las Fiestas, las verbenas y los conciertos de estrellas del panorama musical que a mediados de los años setenta del siglo pasado, hacían tan especial el tiempo estival.

Aquel verano contábamos los días porque en el campo de fútbol municipal de Tejina, actuaba Juan Pardo. Hacía muy poco tiempo, que sonaba en las radio-fórmulas de entonces (discos dedicados) en la radio, su éxito “Mi guitarra”, que primero había grabado en inglés (cosas del marketing).

Había que portarse de forma “más que bien”, primero porque eran los viejos, por supuesto, los que corrían con los gastos de la entrada, y segundo, porque un gesto o una palabra a destiempo, podían echar por tierra, la primera vez que asistiría a un concierto de un cantante (hacían pocos años que habían dejado de llamarse vocalistas), famoso y de moda. Además íbamos a ir “todos”, y cuando digo todos, también incluía a aquellas dos hermanas, que siendo su primer verano en los apartamentos, ya cautivaban a los chicos de la pandilla, una más que la otra, y daban que hablar a las chicas, no de forma muy noble, por suavizar el término.

Así, tenía que cargar con mi hermano en nuestras aventuras “más allá de las charcas”, cuidar de él durante la siesta de los viejos, y por supuesto, vigilarlo en las piscinas, lo cual me impedía en muchas ocasiones, ir a “coger” las olas, que rompían en los tubos que delimitaban los bordes exteriores, cuando la marea alta. Pero todo fuera por ir a ver a Juan Pardo.

Llegó el día, bueno la noche, y vestido con mi pantalón de pinzas, y mi suéter de cuello alto color mostaza (manda coj…), bajé a la entrada del edificio. También llevaba en el bolsillo, cuatro monedas de cinco duros, que dos días antes me había dado mi tío Domingo, que había estado de visita, y fuera de la vista de mi hermano, me había dicho: – Toma, pá que invites a un perrito y a un refresco a la piba más guapa que vaya en tu pandilla, …y que no tenga novio, ¿eh?.

Nos acercaron a Tejina en coche, Don Nino, mi padre y el abuelo de Aurorita, con su puro en la boca, como siempre. Tuve que aguantar las recomendaciones de mi padre, delante de algunos de los pibes y pibas de la pandilla, pero era más importante la sensación de estar allí, y hacer la cola para comprar la entrada. Sí, también venían las dos hermanas aunque yo sólo tenía ojos para una de ellas. Ya se encargaba la otra, un año mayor, de ahuyentar al personal y de tener “ojos con todos”. No sé muy bien como pude lograrlo, pero me senté al lado de ella; efectivamente, de la guay, no de la bruja. Fueron dos horas increíbles; hablamos de muchas cosas, de amigos, de nuestra vida en Santa Cruz, de nuestros gustos; de todo eso que te “hace flotar”. Y de fondo, Juan Pardo.

Cuando terminó el concierto, salimos y nos reunimos fuera, hasta que se formó el grupo. Teníamos que volver caminando a los apartamentos. Más de tres kilómetros caminando y hablando con ella, y a la mierda que también fuera a la misma altura, la “señorita Rottenmeyer” que tenía como hermana. Merecía la pena. Llevábamos unos minutos caminando, cuando en un tono de voz que sonó a “princesa secuestrada en la torre del castillo” dijo: – Dios, ¡he perdido el reloj!; se me habrá caído al mirar la hora cuando el descanso- . No lo dudé.

– Debe estar allí, en el suelo de las gradas; voy a buscarlo -, y volví corriendo al campo de fútbol. Aún había gente saliendo, y le dije al portero si podía pasar a buscar el reloj que se le habría caído “a  la tonta de mi hermana”. Me miró de arriba abajo y me dijo: – Venga, entra, que apagarán los focos de un momento a otro. Me “comí las gradas” hasta el sitio dónde habíamos estado sentados… Miré a un lado y al otro, y cuando me daba por vencido y le iba a dar una patada a una bolsa vacía de Fritolay, allí estaba; debajo de la bolsa. Lo cogí, funcionaba. Salí corriendo, lo enseñé al tipo de la puerta de lejos, que me sonrío moviendo la cabeza, y corrí por la carretera, volando hasta incorporarme al grupo, que iba despacio, charlando y aprovechando p’al cigarrito los mayores. -Lo encontraste-dijo. –Gracias.

La “bruja” me miró e hizo una mueca a modo de sonrisa.  Me sentía un superhéroe.

A la mañana siguiente, en los garajes, la “Rottenmeyer” llegó a tirar la basura a los bidones, mientras preparábamos mi hermano, el Danone y yo el falsete pá ir a pajarear. ¿Y tu hermana?-pregunté. – Le toca limpieza de los cuartos –contestó. Por cierto, no te hagas ilusiones; a ella le gusta el director de la murga “Los Rebeldes”; dio media vuelta y se fue.

Desde uno de los muros, un lagartillo me miraba; toqué el gomero (el tirachinas)  en mi bolsillo, pero decidí perdonarle la vida; él no tenía la culpa.

Cuando íbamos a matar lagartos, llevábamos escopetas de balines, los “más mayores” y el resto, gomeros, también algunos lo llamaban estiladeras. Aquella mañana, regresábamos de la cacería, cuarenta y pico entre lagartos y tizones,  de los cuales treinta y pico los habían matado entre Pablo y Ninito con la escopeta.

¡Qué puntería tienes primo!, le decía Ninito a Pablo, y cogiendo una pala de recoger basura, de esas de plástico que tenía Sebastián, el portero, arrimada a la entrada del garaje, extendió el brazo hacia el lado, y moviéndola arriba y abajo, le dijo: -A ver si le das moviéndose. Pablo apuntó y disparó. -Ñosss, en el mismo centro primo-. Se veía el boquete y la pala astillada en su centro. Cuando nos acercamos, Ninito ya gritaba: ¡Me has dado en un dedo cabrón!; ¡voy a desangrarme!-. Soltó la pala, y nos enseñaba el dedo corazón de la mano izquierda al que le faltaba un trocito de la yema, que había mordido el balín. – Me estoy mareando, voy a desmayarme. Y lo hizo, más o menos. Le echamos agua a la cara con la manguera de regar, le limpiamos la herida, la tapamos con un pañuelo, y lo acompañamos a su casa. Dijimos que se había “estallado” el dedo al mover “un pedazo tonique”, para coger unas “lisas”. Doña Nieves decía: Estos niños, nos amargan el verano. Y Don Nino, desde la cocina, cocinaba cojonudamente, con el “Benson and Hedges” en la boca, soltaba la frase masticándola: “Cagoenlamierda”, lo que te voy a estallar son los “besos pá la próxima vez”.

Acabando el verano, por el Cristo, subíamos desde Bajamar a La Laguna, en la tarde de la víspera, todas las familias más allegadas y con más amistad a dar una vuelta, “ventorrillear”, y ver los fuegos. Los mayorcitos de la pandilla, nos “pegábamos” a los padres, en los mostradores, a ver si caía “algo más” que no fuera un orange crush o seven up, y aprovechándonos de que los padres comentaban unos con otros lo alto que estábamos, como habíamos “espabilao” este verano, o que alguno ya había utilizado en esos días la Gilette, se dejaban llevar de la ocasión y nos decían: -Venga, un vaso de vino, como un hombre… mezclado ¿eh?. Y a los tres dedos de vino del país, le añadían otros tres de seven up, nos daban el vaso en una mano, un huevo duro en la otra, ante la mirada de reprobación de las madres, que desaparecía enseguida, cuando nos veían participar de las conversaciones de los viejos, y llevarnos algún pescozón de cariño.

Alrededor de la fuente central de la plaza, los pequeños, jugaban a piola, saltando con la canción apropiada, que nosotros, los que ya no éramos tan pibes, masticando huevo duro, recitábamos de memoria, mentalmente:

Allá arriba hay una huerta…En la huerta hay un pino…En el pino hay una rama… En la rama hay un nido… En el nido hay cuatro huevos… Qué son blanco, rojo, negro y colorao…

Y se iba el verano.

Ricardo Martín
Ricardo Martín
Docente jubilado. Curioseante.

2 COMENTARIOS

  1. Me gustó leerlo y me trae parecidos recuerdos …
    Blanco para todos los mancos (salto a una mano)
    Rojo para todos los cojos, salto y caída sobre un pie y sin tocar el otro el suelo (hasta que saltara el siguiente)
    Negro para los quintos infiernos saltó y escupitina o “pollo” que tenía que caer en la caldera ( círculo de tiza generalmente en el suelo y cerca del salto)
    Colorado saltó y veinticinco pasos retirando de la caldera, con una rodilla en tierra, el último cantará suertuda.

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