Aquellos veranos en Bajamar eran formidables; te hacías mayor al sol, entre plataneras, fincas, noches de pesca (con caña fija, que las cañas de carrete eran de los pijos) y tardes por descampados y tarahales, comprobando si las trampas para los lagartos, latas de aceite de cinco litros, abiertas y con cachos de tomate o plátano en el fondo, estaban llenas. Estabas todo el día en bañador o pantalón corto, no te peleaban por ir sin camisa, y no pasaba nada si se te mojaban las cholas; aunque siempre, cada verano, nos compraban unas sandalias de esas plásticas para que no te picaran los erizos en el “charco redondo”. Yo casi no me las ponía, me apretaban.
En las latas de aceite, nos caían lagartos, tizones, y lisas. Allí arracimados, unos encima de otros, y con el cuerpo y las patas medio cubiertos de plátano, tomate y el aceite que quedaba en la lata, y que junto a la superficie lisa del interior, impedían que se salieran fuera, poniéndolas en el ángulo adecuado. Los cogíamos con las manos, aún recuerdo alguna mordida (hoy sería incapaz de agarrar a un tizón de treinta centímetros como en aquellos años), y los hacíamos pelearse, morderse, enfrentándolos, cabeza con cabeza, sin soltarlos de entre las manos. También les construíamos balsas con latas de sardinas o de berberechos que nivelábamos con cañas a modo de la Kon Tiki (perdóname Heyerdahl, no supe hasta algunos años después de tu existencia) y los lanzábamos a navegar en la charca de detrás de los apartamentos. Algunos preferían alcanzar antes la orilla nadando, ¡nadaban, si…nadaban!.
También pescábamos ranas en la charca con una caña de allí, del cañaveral que crecía en una de las orillas, a la que amarrábamos en el extremo más finito un pedazo de hilo de “nailon” y en la punta un alfiler cambado, sustraído a escondidas del costurero de cualquiera de las doñas, que había que doblar con cuidado porque se partían, y los anzuelos…, ¡ños, esos eran sólo pá pescar!, pues después pinchábamos en ellos las moscas que cazábamos en los cristales de la puerta de entrada del edificio.
Las ranas que pillábamos se las tirábamos por la ventana del baño, que daba al pasillo, entre los “nacos” a un pollaboba estirado, que tenía tres apartamentos en el primer piso, y que Sebastián, el conserje lo llamaba Don Daniel…. Y nosotros, Daniel Boone.
Uno de los colegas de la pandilla, Carlangas lo llamábamos, tenía una escopeta de balines. Era la envidia del resto, que no pasábamos de las estiladeras. Pero era un buen tipo, y cuando íbamos a dispararles a los lagartos, de vez en cuando nos dejaba gastar algún balín, pero de los “de copa” no, que eran más caros. Un mediodía, a media altura en uno de los muros rojos de las plataneras de la finca de “Cantarranas”, que era de los “De la Rosa” (por cierto vi a uno de los hijos, a Foncho en la Caja el otro día…¡ñosss qué viejo estaba!…luego me vi yo reflejado en el cristal del cajero. Sin comentarios. Por cierto, no me saludo..¡Qué le den!), vimos tremendo tizón; con la cabeza levantada, los papos blancos y todo un arco iris que le llegaba hasta las patas delanteras. Le disparé con mi estiladera, pero la piedra sólo le hizo levantar aún más la cabeza. Para mi sorpresa Carlangas, me pasó la escopeta y me dijo: – Tiene cargado uno “de copa”, no lo desaproveches. Encaré la escopeta, una Norica, y disparé. Lo tumbé “patrás” y se le oía revolverse en las hojas de plataneras secas. Subimos y bajamos el muro por el otro lado, y dimos con él. El balín le había dado por debajo de la pata delantera izquierda, lo tumbé de espaldas con el disparo, y el propio peso, no lo dejaba ponerse en pié. Lo cogimos y valoramos la situación. No podemos dejarlo así, y morirse no se va a morir. Y nos lo llevamos para los apartamentos. Cuando llegamos ya teníamos el plan. Del botiquín de Doña Nieves, su hijo pillaría un optalidón, y en la cocina del apartamento de Ramón, el catalán, que no había nadie, lo operaríamos para “sacarle la bala”, aprovechando para dormirlo con el optalidón diluido en agua y se lo inyectaríamos con una de las jeringas de doña Ana, la abuela de Ramón, que tenía muchas; era diabética. Así fue.
Le inyectamos el optalidón, soltó espumarajos por la boca, que atribuimos a la anestesia, le abrimos con una Gilette, le sacamos el balín y lo cosimos con hilo de zapatero. Un éxito.
La convalecencia se la pasó en una caja de zapatos, que fue pasando por debajo de todas las camas de los pibes de la pandilla. Lo pusimos Robertito. Sacábamos de casa tomates, plátanos y galletas para darle de comer. En menos de tres semanas estaba gordiiiiísimo. Lo sacábamos de la caja y no podía casi ni caminar, pero hizo bastante bien la rehabilitación. Lo llevábamos a las piscinas, y lo amarrábamos con un “nailón” a alguna de las cholas, con el monturrio de ropa, y le decíamos: Robertito, ojito con la ropa, ¿eh?. Los turistas le sacaban fotos y todo. En fin, Robertito fue la mascota de la pandilla casi dos meses.
A mediados de septiembre, decidimos que había que irse despidiendo de él. Hicimos procesión hasta las plataneras, dónde le habíamos pegado el tiro, y sacándolo de la caja, lo pusimos en el suelo, entre las hojas secas. Estaba tan gordo que casi no se movía. – Vete, vete- Y con gritos y aplausos, se perdió entre las piedras. Mi hermano Suso y Luís “El Coco”, y Eva… y alguno más se echaron a llorar. Adiós Robertito, adiós.
¿Y la abuela de Ramón? Era como “la Caballé”. Y no sólo por ser catalana. La quería mucho. Sentí mucho cuando nos dejó; siempre me llamó la atención los tremendos tazones de café con leche que se bebía después de almorzar; costumbre que Ramón, su nieto, también tenía.
Recuerdo que en su casa, cuando yo llegaba, se dejaba de hablar catalán. Lourdes la madre de Ramón decía: – Hablar en castellano, que está “el nene” y no se entera.
Y doña Ana replicaba: – Segueix parlant en català nena; que li soni el nen, que no li vindrà malament aprendre.
Pero yo con lo que me quedé de aquella época fue con:
Soc cantro i embuster, magrada el joc i el vi , tinc alma de mariner ,que li fare si jo ,vaig neixer al Mediterrani, vaig neixer al mediterrani.
(Dedicat a la senyora Ana, on vulgui que estigui)