Hoy, en uno de esos instantes en los que la niebla se abre, escribo. No sé si mañana recordaré haberlo hecho, pero hoy siento la urgencia de dejar palabras que no se las lleve el olvido.
El Alzheimer es un ladrón paciente: no irrumpe de golpe, sino que va apagando luces poco a poco. A veces me roba un nombre, otras veces una fecha, a menudo una conversación entera. El mundo se me desordena, como un libro cuyas páginas se despegan y vuelan sin control. Y sin embargo, entre esos vacíos, aún me queda la emoción: el temblor de una mano querida, la cadencia de una canción, la tibieza de un beso. Quizá la memoria se borre, pero el corazón recuerda.
Dicen que más de 55 millones de personas en el mundo viven con esta enfermedad. Somos millones de voces que se apagan, de historias que se deshacen entre los dedos. Y cada año, otros diez millones comienzan el mismo camino. Una marea silenciosa, invisible, que transforma no sólo a quienes la padecemos, sino también a quienes nos cuidan. Porque el Alzheimer no lo lleva uno solo: lo cargan familias enteras, lo sufren los hijos, los amigos, los amantes.
No hay cura todavía. La ciencia avanza, busca caminos, pero mientras tanto, lo que necesitamos no es lástima, sino compañía. Una mano paciente que no se canse de repetirme lo que olvido, una mirada que me sostenga cuando mi mente se derrumbe.
Hoy, Día Mundial del Alzheimer, me atrevo a escribir porque quiero recordar, aunque sea por un instante, que sigo siendo yo. Que no soy únicamente mi enfermedad, que mi identidad no se reduce al olvido. Soy también los versos que aprendí de memoria, las calles que caminé, las risas que compartí. Y aunque esas memorias se diluyan, quedan huellas invisibles que no se borran: la ternura, el amor, la dignidad.
Quizá mañana no recuerde tu nombre, pero sí la certeza de haber sido amada. Quizá olvide mi propia historia, pero no el eco de la vida que late en mí.
Por eso escribo hoy, antes de que las palabras se me escapen: para que alguien, al leerlas, entienda que el Alzheimer no es sólo pérdida. También es resistencia, también es la belleza frágil de un recuerdo que se aferra, como una vela encendida en medio de la oscuridad.
«Recuerda, tú que puedes»