En la Edad Media, la superstición marcaba la vida cotidiana de Europa. El miedo al diablo y a la brujería se filtraba en todos los aspectos de la sociedad… incluso en la relación con los animales. Entre las historias más llamativas de esa época se encuentra la decisión del Papa Gregorio IV (828-844), quien declaró a los gatos —especialmente los negros— como aliados de Satán.
El gato como criatura sospechosa
En la cultura popular medieval, el gato tenía una reputación ambigua: por un lado, era un animal útil, cazador de ratas y guardián de los graneros. Por otro, su carácter independiente y sus hábitos nocturnos lo convirtieron en objeto de sospechas.
Los gatos negros, en particular, fueron asociados con la brujería y lo demoníaco. Para la Iglesia, estos felinos empezaron a verse como instrumentos del mal.
La condena papal
Gregorio IV reforzó estas creencias al declarar que los gatos eran criaturas vinculadas con el diablo. Su “cruzada contra los felinos” no solo alimentó supersticiones, sino que también impulsó persecuciones y matanzas de gatos en varias regiones de Europa.
Lo que en apariencia era una medida espiritual, tendría consecuencias muy terrenales.
Consecuencias inesperadas
Con la población de gatos reducida drásticamente, los roedores —verdaderos portadores de enfermedades— se multiplicaron. Algunos historiadores sugieren que esta persecución contra los gatos pudo agravar la propagación de plagas en siglos posteriores, como la Peste Negra del siglo XIV.
Paradójicamente, al intentar luchar contra el mal, las decisiones de la Iglesia pudieron abrirle la puerta a una de las catástrofes más devastadoras de la historia europea.
El gato como símbolo
Hoy, el gato negro ha pasado de ser considerado un heraldo de desgracias a símbolo de misterio, elegancia y hasta buena suerte en algunas culturas.
La historia de Gregorio IV nos recuerda cómo el miedo y la superstición pueden transformar la relación entre el ser humano y la naturaleza… con consecuencias que trascienden los siglos.