martes, 21 octubre, 2025

El enigma del Mary Celeste

En las vastas extensiones del océano Atlántico, donde las olas guardan secretos ancestrales, surgió en 1872 uno de los misterios marítimos más intrigantes de todos los tiempos: el del Mary Celeste. Este barco mercante estadounidense, encontrado a la deriva y completamente abandonado, sin rastro de su tripulación, ha inspirado novelas, películas y teorías conspirativas durante más de un siglo. Para una revista cultural como la nuestra, el Mary Celeste no es solo un relato de naufragio, sino un símbolo de lo inexplicable, un eco de las profundidades humanas y oceánicas que fusiona historia, mito y psicología. Acompáñenos en este viaje por su pasado, su desaparición y las sombras que aún lo envuelven.

El Mary Celeste no siempre llevó ese nombre, ni fue sinónimo de maldición. Construido en 1861 en la isla de Spencer, Nueva Escocia (Canadá), originalmente se llamó Amazon. Era un bergantín de dos mástiles, con 30 metros de eslora y una capacidad de casi 200 toneladas, diseñado para el comercio transatlántico. Su primer capitán, Robert McLellan, murió en su viaje inaugural, un presagio que marcaría su trayectoria. Tras varios capitanes y un naufragio en 1867 en la isla del Cabo Bretón, el barco fue rescatado, reconstruido y rebautizado como Mary Celeste en 1868 por inversores estadounidenses en Nueva York. Bajo su nuevo nombre, realizó rutas comerciales por el Atlántico, transportando carga variada, pero su reputación de «barco embrujado» ya empezaba a susurrarse en los puertos.

Benjamin Briggs capitán del Mary Celeste

En 1872, el capitán Benjamin Spooner Briggs, un marino experimentado de 37 años, tomó el mando. Briggs, originario de Massachusetts, provenía de una familia de navegantes y era conocido por su devoción religiosa y su sobriedad. Junto a él viajaban su esposa Sarah, de 31 años, y su hija Sophia Matilda, de apenas dos. La tripulación constaba de siete hombres: el primer oficial Albert Richardson, el segundo oficial Andrew Gilling, el mayordomo Edward Head y cuatro marineros alemanes: los hermanos Volkert y Boz Lorenzen, Arian Martens y Gottlieb Goodschaad. Todos eran profesionales curtidos, sin historial de problemas.

El 5 de noviembre de 1872, el Mary Celeste zarpó del puerto de Nueva York con destino a Génova, Italia. Su carga: 1.701 barriles de alcohol desnaturalizado (un tipo de etanol tóxico usado en la industria), valorados en miles de dólares y destinados a fortificar vinos. El viaje comenzó con mal tiempo, retrasando la salida, pero el 7 de noviembre entraron en mar abierto. La última anotación en el cuaderno de bitácora, fechada el 25 de noviembre, registraba la posición cerca de la isla de Santa María en las Azores: 37°01’N, 25°01’O. Después de eso, silencio.

Sarah Elizabeth Cobb Briggs

Nueve días más tarde, el 4 de diciembre (o el 5, según algunos relatos ajustados por husos horarios), el bergantín canadiense Dei Gratia, capitaneado por David Morehouse —un conocido de Briggs—, avistó al Mary Celeste a la deriva en coordenadas 38°20’N, 17°15’O, entre las Azores y Portugal. El barco parecía intacto, pero no respondía a las señales. Una partida de abordaje, liderada por el primer oficial Oliver Deveau, subió a bordo y encontró un panorama desconcertante: nadie a bordo, pero todo en orden aparente.

Lo que los salvadores hallaron ha alimentado especulaciones durante generaciones. El barco estaba en condiciones navegables, con velas parcialmente izadas pero desgarradas por el viento. Había 1,1 metros de agua en la sentina (el fondo del casco), pero no era suficiente para hundirlo. Una de las dos bombas estaba desmontada, posiblemente para reparación, y la otra funcionaba. La carga estaba casi intacta, salvo nueve barriles vacíos. No había señales de violencia: ni sangre, ni lucha. Sin embargo, faltaba el bote salvavidas, el sextante, el cronómetro y la mayoría de los documentos del barco. En la cabina del capitán, juguetes de la niña y ropa de la familia estaban esparcidos, como si hubieran sido abandonados apresuradamente. Una espada enfundada yacía bajo la cama, y en la cocina, comidas a medio preparar sugerían una interrupción repentina —aunque mitos posteriores exageraron esto con «tazas de té aún calientes». El piano de Sarah Briggs estaba cerrado, y un frasco de aceite de máquina derramado indicaba un posible pánico.

El Dei Gratia remolcó al Mary Celeste hasta Gibraltar, donde un tribunal de salvamento británico, presidido por Sir James Cochrane y el fiscal Frederick Solly-Flood, investigó el caso desde el 17 de diciembre de 1872. Flood, obsesionado con teorías de conspiración, sospechó de motín o asesinato, basándose en supuestas manchas de sangre (desmentidas por análisis) y marcas en la proa (atribuidas a desgaste natural). La tripulación del Dei Gratia fue interrogada exhaustivamente, pero no se hallaron pruebas de fraude. El tribunal otorgó un salvamento de 1.700 libras —menos de lo esperado—, alimentando rumores de colusión. El barco fue liberado en febrero de 1873 y continuó a Génova.

Tras el incidente, el Mary Celeste cambió de dueños varias veces, navegando rutas por el Caribe y el océano Índico, pero su fama lo hacía impopular entre las tripulaciones. En 1885, bajo el capitán Gilman C. Parker, fue deliberadamente encallado en el arrecife de Rochelois, cerca de Haití, como parte de un fraude al seguro: cargado con basura sobrevalorada en 30.000 dólares. El complot falló, y aunque Parker y sus cómplices fueron juzgados, las acusaciones graves se desestimaron por irregularidades procesales. Parker murió poco después, en la pobreza. Los restos del barco yacen en el fondo marino, redescubiertos en 2001 por una expedición liderada por Clive Cussler, confirmando el sabotaje.

El destino de las 10 personas a bordo —Briggs, su familia y la tripulación— sigue siendo un enigma. La teoría más plausible, respaldada por historiadores, apunta a un abandono prematuro por miedo a una explosión: los vapores del alcohol desnaturalizado, filtrados de barriles defectuosos (hechos de roble rojo poroso), podrían haber creado una atmósfera asfixiante o inflamable durante una tormenta. Briggs, temiendo un desastre, habría ordenado evacuar al bote salvavidas, planeando regresar, pero una ola o el viento los separó del barco.

Otras hipótesis incluyen un maremoto o «ola rogue» que inundó el barco temporalmente, piratería (desmentida por la carga intacta), motín alcohólico (improbable, ya que Briggs era abstemio) o incluso un «terremoto marino». Teorías extravagantes, como ataques de calamares gigantes o abducciones alienígenas, han sido descartadas, pero persisten en la cultura pop.

El Mary Celeste trasciende la historia náutica para convertirse en un arquetipo cultural. Inspiró obras como la novela The Mystery of the Mary Celeste (1935) de Laurence Keating, películas como The Ghost Ship (1943) y episodios en series como Doctor Who. En la literatura, simboliza lo inexplicable, un recordatorio de que el mar, como la mente humana, guarda abismos insondables. En una era de GPS y satélites, su enigma nos invita a reflexionar sobre el miedo ancestral al vacío y lo desconocido.

A más de 150 años, el Mary Celeste navega en nuestra imaginación, un barco fantasma que desafía la lógica y enriquece el tapiz cultural. ¿Abandono por pánico? ¿Tragedia invisible? El océano calla, pero el misterio perdura.

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