En la carretera que conecta la ciudad de La Orotava con Puerto de la Cruz, hay un punto donde el tiempo parece detenerse: el Mirador de Humboldt. Desde allí se despliega una de las panorámicas más famosas de Tenerife: el Valle de La Orotava con el imponente Teide al fondo, un mar de cultivos y el Atlántico abrazando la costa.
El nombre no es casual. Hace más de dos siglos, en junio de 1799, el científico y naturalista alemán Alexander von Humboldt hizo escala en Tenerife en su viaje hacia América. Aunque solo permaneció unos días en la isla, quedó profundamente impresionado por la riqueza natural del valle. En sus escritos lo describió con entusiasmo, comparándolo con los paisajes más fértiles y hermosos que había visto.
Su breve paso dejó una huella duradera: tanto que, siglos después, se le dedicó este mirador que rinde homenaje a su visión romántica y científica de la naturaleza.

Para Humboldt, Tenerife fue su primer contacto con los paisajes volcánicos que luego estudiaría en profundidad en América Latina. El Teide, con sus 3.718 metros, lo fascinó por su magnitud y por la posibilidad de observar en él diferentes pisos de vegetación, desde la costa hasta la cima. Este modelo le ayudó a desarrollar sus teorías sobre la distribución de las plantas en función de la altitud y el clima.
Aunque su hermano Wilhelm von Humboldt también alcanzó fama internacional, sobre todo en el campo de la lingüística y la filosofía, el mirador solo guarda relación con Alexander, el explorador que convirtió la ciencia en aventura.
Hoy, el Mirador de Humboldt no es solo un homenaje histórico, sino también un lugar perfecto para descansar, disfrutar del paisaje y comprender por qué un viajero del siglo XVIII quedó prendado de esta tierra.
Allí se encuentra una escultura en su honor y paneles informativos que contextualizan su visita. Para locales y turistas, es una parada obligatoria que conecta historia, ciencia y belleza natural.