En el siglo XIX, un enemigo invisible cruzó el Atlántico para sembrar el caos en los viñedos europeos. La filoxera, ese diminuto pulgón que devora raíces y deja a las vides agonizantes, arrasó con millones de hectáreas, obligando a una revolución en la viticultura continental. Mientras Francia, España y Portugal veían sus cepas centenarias convertidas en polvo, las Islas Canarias observaban desde la distancia, protegidas por su aislamiento oceánico. Durante más de 150 años, el archipiélago se mantuvo como el último bastión europeo libre de esta «peste negra» de las vides. Pero en el verano de 2025, la idílica excepción canaria se resquebrajó: focos detectados en Tenerife han activado todas las alarmas, recordándonos que la naturaleza no respeta fronteras ni mitos. En un territorio donde la vid no es solo un cultivo, sino un emblema cultural y económico, esta irrupción amenaza con alterar para siempre el paisaje vinícola insular.
¿Qué es la filoxera?
La filoxera, conocida científicamente como Daktulosphaira vitifoliae, es un insecto similar a un pulgón que parasita exclusivamente la vid (Vitis vinifera). Su ciclo vital es complejo y adaptable, con formas gallícolas —que atacan las hojas formando agallas o abultamientos— y radicícolas —que se fijan en las raíces, causando el mayor daño—. Las hembras, de color amarillo a ocre y apenas 1 milímetro de longitud, ponen cientos de huevos en raíces y hojas. En su fase hipogea (subterránea), las larvas perforan las raíces, generando nódulos y tuberosidades que interrumpen el flujo de savia y facilitan la entrada de hongos y bacterias. Por encima del suelo, las agallas en el envés de las hojas provocan lesiones cloróticas visibles en el haz, debilitando el follaje.
Este parásito no es un invasor casual: su biología le permite hasta siete generaciones anuales, con fases aladas que se dispersan por el viento, y una capacidad de reproducción partenogenética —sin necesidad de machos— que acelera su expansión. En vides europeas, predomina la forma radicícola, mientras que en americanas coexisten ambas fases. En Canarias, donde las viñas crecen en pie franco —sin injertos, preservando variedades autóctonas como la listán negro o la malvasía volcánica—, la filoxera encuentra un huésped vulnerable, ya que estas cepas carecen de la resistencia natural de las raíces americanas.
De América a Europa, y ahora a las islas
La filoxera es originaria de Norteamérica, donde fue identificada en 1854. Allí, convive en equilibrio con vides locales resistentes, alimentándose sin causar estragos masivos. Su salto a Europa ocurrió en la década de 1860, probablemente a través de plantas importadas para experimentos botánicos. En 1863, se detectó en Inglaterra; en 1868, en Francia, y pronto se extendió como un incendio: Burdeos, Oporto, Málaga… En España, el primer registro data de 1878 en Málaga, expandiéndose por Denia, Navarra y Cataluña. La plaga devastó el 90% de los viñedos europeos, provocando, migraciones y una crisis económica sin precedentes que duró décadas.
Canarias, sin embargo, se salvó entonces gracias a una conjunción afortunada: su aislamiento geográfico, suelos volcánicos arenosos —donde la forma radicícola no prospera fácilmente— y una normativa estricta desde 1987 que prohíbe la importación de material vegetal de vid, salvo frutos y semillas. Hasta julio de 2025, el archipiélago era el único territorio europeo libre de filoxera, un estatus que preservaba su patrimonio genético único. Pero la realidad cambió: el primer foco se detectó en un parral abandonado en Valle de Guerra, La Laguna (Tenerife), seguido de otros en La Matanza y Tacoronte-Acentejo. Expertos sospechan que entró vía material contaminado ilegal, burlando controles fitosanitarios en puertos o aeropuertos.
Los efectos devastadores: de la clorosis a la muerte de las cepas
Los síntomas iniciales son sutiles: hojas amarillentas, crecimiento lento, frutos que caen prematuramente. En raíces, los nódulos se necrosan, interrumpiendo la absorción de agua y nutrientes; en hojas, las agallas reducen la fotosíntesis. Sin intervención, la planta muere en 2 a 5 años. En Europa, la filoxera destruyó economías enteras; en Canarias, el impacto podría ser culturalmente catastrófico. Con 8.100 hectáreas de vid —el segundo cultivo tras el plátano—, Tenerife concentra el 47% (3.200 hectáreas). La plaga amenaza 5.000 empleos, con pérdidas potenciales de hasta 1.880 puestos si se extiende. Variedades autóctonas como la malvasía o el vijariego, cultivadas en sistemas tradicionales como el cordón trenzado, podrían desaparecer, alterando vinos únicos prefiloxéricos.
El pasado martes 9 de septiembre, el consejero de Agricultura, Ganadería, Pesca y Soberanía Alimentaria del Gobierno Canarias, Narvay Quintero, ha asegurado que tras 2.534 prospecciones en fincas, aún no se ha detectado ninguna afección de la filoxera en la raíz ni en la tierra de la vid, de modo que el pulgón se circunscribe de momento a las hojas de la parra.
Hasta finales de agosto de 2025, se han prospectado 1.368 localizaciones en Tenerife, detectando la plaga en 45 fincas, muchas abandonadas. Los vientos alisios y la vendimia en curso elevan el riesgo de propagación, aunque el suelo volcánico podría frenarla.
¿Qué se puede hacer?
Históricamente, Europa combatió la filoxera con injertos en portainjertos americanos resistentes, como Riparia o Berlandieri, una solución que salvó la viticultura pero alteró las cepas originales. En Canarias, el enfoque es la erradicación total: el Gobierno declaró la plaga de utilidad pública el 20 de agosto de 2025, prohibiendo el movimiento de uva fresca, material vegetal, maquinaria o tierra entre islas o dentro de DOP afectadas como Tacoronte-Acentejo. Se establecen zonas infestadas (radio de 500 metros) y tampones (1 km), con prospecciones exhaustivas —al 85% de confianza— y un mapa interactivo en tiempo real para monitoreo público.
El protocolo incluye tratamientos sistémicos, extracción de plantas, aplicación de herbicidas e insecticidas granulados, cobertura con mallas antihierba y destrucción del material por quema o entierro profundo. La Guardia Civil (Seprona) realiza controles en carreteras y puertos, mientras viticultores deben reportar síntomas a agencias locales. El Ministerio de Agricultura ha reforzado prohibiciones nacionales, permitiendo solo uva de mesa de zonas libres.
Como en el siglo XIX, la clave está en la vigilancia colectiva y la acción rápida, para que las viñas insulares sigan contando historias bajo el sol atlántico.