Roald Amundsen nació en 1872 en el seno de una familia marinera del sureste de Noruega. Aunque su madre soñaba con verle médico, pronto abandonó los libros de anatomía para abrazar el mar y la aventura. Desde joven, el hielo ejerció sobre él un magnetismo irresistible. El Ártico y la Antártida serían su destino y, también, su tumba.
El explorador alcanzó fama mundial en 1905, cuando completó la primera travesía moderna del Paso del Noroeste a bordo del Gjøa, un barco pequeño con el que se abrió camino durante dos años entre las islas heladas de Canadá. Pero su mayor gloria llegaría en 1911, al plantar la bandera noruega en el Polo Sur. Amundsen derrotó así al británico Robert Falcon Scott en una carrera que conmocionó al mundo entero: la suya fue una expedición meticulosamente planificada, con trineos tirados por perros, depósitos de víveres y un dominio absoluto del esquí. Scott, en cambio, llegó tarde y pereció en el camino de regreso. La historia consagró a Amundsen como el hombre que conquistó el continente blanco.
No satisfecho con esa victoria, se lanzó después al desafío del Polo Norte. En 1926, sobrevoló el casquete polar en el dirigible Norge, junto al italiano Umberto Nobile. Fue un logro discutido en la época, pues Frederick Cook y Robert Peary se habían adjudicado antes la hazaña por tierra, aunque sin pruebas concluyentes. Para Amundsen, aquel vuelo representó la culminación de un sueño: pisar —o al menos atravesar— los dos extremos del planeta.
Dos años después, sin embargo, el destino se tornó cruel. En mayo de 1928, el dirigible Italia, comandado por Nobile, se estrelló sobre el hielo del Ártico tras sobrevolar el Polo Norte. Decenas de hombres quedaron atrapados en un océano blanco y hostil. Amundsen, ya con 56 años, no dudó en acudir al rescate. El 18 de junio despegó desde Tromsø en un hidroavión francés Latham 47 junto a otros cinco hombres. El aparato se perdió en la niebla y nunca más regresó.
Durante semanas se rastreó el mar de Barents. Se hallaron fragmentos del hidroavión, un flotador y algún depósito de gasolina flotando en el agua. Nunca apareció el fuselaje completo ni los cuerpos de sus tripulantes. Las teorías abundaron: un accidente provocado por el mal tiempo, un fallo mecánico en un aparato poco probado o un error de navegación en medio de la bruma polar. La realidad es que nada pudo confirmarse. La desaparición de Amundsen quedó envuelta en silencio, como si el hielo lo hubiese reclamado para siempre.
Hoy, casi un siglo después, su figura permanece como una de las más emblemáticas de la era heroica de la exploración polar. El hombre que plantó la bandera noruega en el Polo Sur y surcó los cielos del Norte no tuvo tumba ni despedida. Su nombre, sin embargo, sigue vivo en mapas, cráteres lunares y estaciones científicas. Roald Amundsen encarnó la ambición y la temeridad de quienes desafiaron los confines del planeta. Y murió, o más bien desapareció, haciendo lo que siempre había hecho: avanzar hacia lo desconocido.