En Dublín, hay una mujer que nunca muere del todo. Su nombre es Molly Malone, la vendedora de mariscos del siglo XVII que, según la tradición, recorría las calles empujando su carretilla mientras canturreaba:
«Cockles and mussels, alive, alive, oh!»
(¡Berberechos y mejillones, vivos, vivos, oh!).
Murió joven, víctima de una fiebre, pero el eco de su voz —dicen los dublineses— todavía resuena entre las callejuelas empedradas, como un susurro que se niega a desaparecer.
La historia de Molly Malone es, en parte, un enigma. Algunos cronistas aseguran que fue una vendedora real en el Dublín del 1600. Otros sostienen que nunca existió más allá de la letra de una canción popular. Lo cierto es que su nombre aparece por primera vez en publicaciones del siglo XIX, mucho después de la época en la que supuestamente vivió.
¿Entonces? ¿Fue Molly una mujer de carne y hueso o un personaje inventado para dar ritmo a una balada? Quizás ambas cosas: un símbolo nacido de la mezcla entre tradición oral y mitología urbana.
El tema, conocido como “Molly Malone” o “Cockles and Mussels”, se publicó por primera vez hacia 1883 y desde entonces ha sido cantado por generaciones.
La versión más famosa la popularizaron The Dubliners, de hecho, la canción se ha consolidado como el himno no-oficial de la ciudad, tan presente en sus pubs como en las celebraciones públicas.
Cada turista que pisa la ciudad acaba escuchándola en algún pub, entonada con pintas de Guinness en la mano y la certeza de que no hay nada más irlandés que esas notas melancólicas.
Tanto ha calado la leyenda que en 1988 Dublín erigió una estatua en su honor. Una Molly voluptuosa y orgullosa con su carretilla de mariscos, parada en plena Grafton Street. Hoy, la estatua es un punto obligado de fotos, aunque no exento de polémica: se ha convertido en tradición tocar su escote para la buena suerte, hasta el punto de que las autoridades han tenido que pedir respeto para preservar la obra.
Más allá de lo turístico, Molly Malone habla de algo universal: la fuerza de las canciones para crear memoria colectiva incluso cuando los hechos son dudosos.
¿Existió realmente Molly? No importa. Lo que importa es que Dublín decidió adoptarla como hija eterna, y que en su canto persiste la mezcla de vida, muerte y fantasmas que tanto define al alma irlandesa.
Quizá, si caminas una noche silenciosa por las calles de Temple Bar, todavía escuches ese murmullo lejano:
«Alive, alive, oh…».

Pero la historia guarda una sorpresa: Tenerife también tiene su propia Molly Malone. Quien visite el Puerto de la Cruz, junto a la rampa del muelle pesquero, puede encontrarse con el Monumento a la Pescadora, una escultura del artista Julio Nieto que homenajea a la figura histórica de la gangochera o vendedora de pescado ambulante, que antaño recorría las calles pregonando el pescado fresco que llegaba del mar.
Buena reseña Moises, muy instructiva
Muchas gracias, estimado.