domingo, 12 octubre, 2025

Un adiós discreto: Rick Davies, el alma pausada de Supertramp, se despide a los 81 años

Rick Davies, uno de los fundadores de Supertramp, murió el pasado fin de semana a los 81 años en su hogar de Long Island, tras una larga batalla contra un mieloma múltiple, tipo de cáncer de médula ósea que lo acompañaba desde 2015. La noticia, confirmada por la banda, sacude sobre todo a quienes crecieron con la fuerza melódica y la humildad contenida de una voz menos atronadora que carismática, con teclados y letras que preferían la reflexión al estruendo.

Davies nació el 22 de julio de 1944 en Swindon, un pueblo inglés que no parece un cruce obligado para el rock de estadio, pero en su estirpe ya latía la música: de niño sintió el impacto inefable de los discos de jazz y swing que sonaban en casa, aprendió por su cuenta el piano, dejó atrás la batería que tocaba en bandas locales, trabajó en mil oficios menores… Y al fin, en 1969, publicó un anuncio en la revista Melody Maker buscando músicos para fundar una banda. Contestó Roger Hodgson, y juntos dieron origen a Supertramp.

La vida de Supertramp —y de Davies en particular— fue un equilibrio entre dos focos: la ambición musical y la humildad personal. En los primeros discos, como Supertramp (1970) e Indelibly Stamped (1971), la banda buscaba un lugar, tanteando sonidos, letras, texturas. No fue hasta Crime of the Century (1974) cuando se hizo evidente que Supertramp ya tenía algo que decir que trascendía modas: aquel álbum, con su atmósfera oscura pero luminosa, sus líneas de piano que interrogaban, estableció lo que luego vendría.

Y llegó 1979, el año del despegue comercial total, cuando Breakfast in America se convirtió en un hito. Canciones como “The Logical Song”, “Goodbye Stranger”, “Take the Long Way Home”… Supertramp encontró la combinación precisa entre melodías pop, introspección progresiva y producción tan pulida que aún resuena fresca décadas después. Fue éxito mundial, discos vendidos por millones, lugar fijo en emisoras de radio, en banderolas del rock clásico. Davies, aunque compartiera el liderazgo creativo con Hodgson, dejó allí sus huellas indelebles: su voz, menos lírica que la de Hodgson, más áspera, más marcada por el blues; su forma de tocar los teclados eléctricos —ese Wurlitzer que se volvió parte del sello del grupo—; sus composiciones menos luminosas pero igual de sentidas, como “Bloody Well Right” o “Goodbye Stranger”.

La simbiosis creativa entre Davies y Hodgson fue una de las cosas más bellas y también más difíciles en la historia del rock. Provenientes de mundos distintos —Davies de clase trabajadora, Hodgson de una educación más acomodada—, construyeron juntos una dualidad de estilos, influencias y visiones que impulsó la originalidad de Supertramp. Pero esa convivencia admitía tensiones. Cuando Hodgson abandonó la banda en 1983, Davies siguió al frente, manteniendo viva la marca Supertramp, liderando nuevos álbumes, ocasionalmente giras, con altibajos inevitables.

Durante los últimos diez años, Davies luchó contra ese diagnóstico que ya no se puede ignorar: el mieloma. Fue una enfermedad que le impidió volver a las grandes giras, que condicionó los planes de reunión, que tensó los silencios. Pero también fue una enfermedad que no redujo su dignidad, ni apagó la pasión por la música. En locales pequeños —con sus amigos, con los músicos de siempre— recuperaba algo de lo esencial: tocar al piano, cantar historias, sentir la complicidad del sonido y del público reducido.

Hoy, al anunciar su muerte, la banda escribió un mensaje que resume bien lo que fue su presencia: alguien cálido, tenaz, fiel a sí mismo y al oficio. Alguien que, más allá de los reflectores, valoraba algo que muchas estrellas olvidan: la constancia, la honestidad artística. Él deja una viuda, Sue Davies, que además de compañera fue mánager, confidente y apoyo constante durante décadas. Deja millones de discos vendidos, himnos que siguen cantándose en playlists, radios, bares. Deja, sobre todo, el ejemplo de que un músico no necesita gestos grandiosos para ser inmenso.

Para quienes fuimos fans, quizás lo más triste no es el silencio que deja su voz en el escenario, sino la certeza de que ya no habrá nueva canción, ningún disco por estrenar, ningún gesto futuro que vaya a sorprendernos. Pero también queda el consuelo: sus canciones, aquellas en las que vivía la melancolía de mirar hacia atrás sin nostalgia vacía, el anhelo de avanzar sin perder raíces, seguirán vivas si las escuchamos.

Rick Davies se apaga, pero Supertramp nunca dejará de sonar.

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