A su llegada a tierras venezolanas a bordo del navío Blandón, el capitán Amaro Rodríguez Felipe, conocido como Amaro Pargo, no desembarcó solo. Lo acompañaba, entre otros, José Álvarez de Abreu, jurista e investigador real enviado por la Corona con el objetivo de evaluar la situación del comercio y del contrabando en la Provincia de Caracas.
Lo que ambos encontraron fue una auténtica feria paralela a lo largo de la costa. El Asiento de Montesacro, una compañía comercial fundada por mandato de Felipe V para emular las compañías privilegiadas de otras potencias (como la holandesa VOC o la británica South Sea Company), pretendía abastecer las provincias españolas con productos peninsulares. Pero desde el primer viaje, esa misión se reveló inviable.
En su extenso informe remitido al Rey, Abreu no escatimó palabras: la penetración del contrabando era tal, que “parecía que uno estaba en Holanda por las ropas que los pobladores llevaban puestas”. Ruanes, calamacos, britanias, indianas, estofas y encajes, todos de procedencia extranjera —en su mayoría holandesa—, eran visibles en aldeas y ciudades, vestidos por hombres, mujeres y hasta niños.

Su propuesta fue tajante, casi teatral: reunir a todos los pobladores en las plazas de sus localidades para que, en presencia de las autoridades reales, arrojaran al fuego las ropas de contrabando. Un gesto simbólico para recuperar la obediencia al comercio legal.
Pero aquello era más que un problema de consumo. El contrabando, como señalaba otro testimonio recogido en 1714, se había institucionalizado en todos los niveles:
“…ya hay holandeses en la costa en el paraje que llaman Las Tucacas y se mantienen en tierra con forma y principio de población […] y por toda la costa se forma una feria muy continuada y repetida […] a la que concurren desde el Nuevo Reino de Santa Fe y de todas las ciudades desta gobernación.”
Con semejante panorama, los productos legales desembarcados por el Blandón no tenían ninguna oportunidad.
Amaro Pargo llegó en su primer viaje con un cargamento cuidadosamente inventariado: britanias, ruanes, gorjoranes, calamacos, indianas, sargales, camisas, calzones, encajes, botones, coral, anillos, granates, tejidos de pelo de camello, galones de oro y plata falsos, etc. Ropa y efectos de lujo con sello oficial, pero a precios imposibles de competir con el comercio clandestino que fluía sin trabas por Tucacas, Borburata, La Vela de Coro, Puerto Cabello y La Guaira.
Incluso los propios gobernadores y oidores, encargados de frenar este comercio ilegal, miraban hacia otro lado, cuando no estaban directamente implicados en el reparto de ganancias. El Asiento de Montesacro —que prometía ordenar, fiscalizar y asegurar el comercio— terminó estrellándose contra un sistema entero que ya vivía del contrabando.
Como muchos de los que lo intentaron por las buenas, Amaro acabó frustrado. No solo no logró introducir sus mercancías, sino que se vio envuelto en acusaciones, pleitos y un laberinto legal que lo perseguiría durante años. El Asiento fue un desastre desde el inicio.
Solo años más tarde, con la fundación de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas en 1728, se consiguió algo de control real sobre el comercio en Venezuela. No fue fácil ni pacífico —los conflictos con criollos, contrabandistas y los mismos canarios fueron constantes—, pero por primera vez, la Corona tuvo una estructura real, armada y fiscalizadora capaz de competir con las rutas clandestinas.
La historia de Amaro Pargo al frente del Blandón es la historia de una ilusión mercantil destrozada por la realidad del contrabando y la corrupción institucional. Mientras los telares de Sevilla producían ruanes, en Tucacas se vendían indianas por la mitad del precio; y mientras Abreu pedía quemar ropas extranjeras en las plazas, los habitantes de Caracas seguían vistiendo a la holandesa.
Y todo esto, mucho antes de que Amaro, ya desencantado con la legalidad del Asiento, comenzara a usar los barcos de la Compañía de Honduras para abordar naves «amigas», ejecutar saqueos encubiertos bajo patentes cuestionables, y acumular la fortuna que más tarde llevaría de vuelta a Canarias con un sigilo tan eficaz, que ni siquiera las autoridades a las que debía rendir tributo pudieron rastrear con claridad.
El Blandón, su primer barco, y Las Potencias, el segundo bajo el mismo Asiento, no fueron solo navíos del Rey. Fueron escenarios de una transformación: la del comerciante leal en capitán de mar pragmático, y del imperio oculto que Amaro Pargo fue tejiendo en la sombra.
Anexo: Relación parcial de mercancías desembarcadas por el Blandón en Venezuela (1715)
Registro conservado en el Archivo General de Indias (AGI), sección Contratación.
Calamacos (tejidos de lana con acabado brillante), lamparillas (aceiteras o lámparas de aceite), picottes (probablemente adornos textiles o puntillas), 336 piezas de britanias anchas y angostas, 14 piezas de vaietta, 5 pedazos de gorjorán, 366 piezas de ruanes, creas, berfalias, capa de rey y otros lienzos finos, 650 piezas de olanes, estopillas lisas y labradas, 91 docenas de medias de lana, 1558 piezas de plattillas, bocadillos y beatillas, 179 pares de medias de seda, 249 piezas de listado, 31 piezas de encajes de seda negros, 6 libras de coral, 29 docenas de calzettas, 330 camisas y calzones, 352 libras de seda torcida y floja, 89 libras de listonería, 338 piezas de estofas de seda y de indianas de algodón, 287 toallas, manteles y servilletas, 560 piezas de lienzos de colores y cholettes, 1582 libras de hilo fino y ordinario, blanco y de colores, 19 piezas de cintas de tizú de seda y de Sevilla, 26 piezas de granilla, 2 libras de galón de oro y plata finos, 8 paquetes de oro falso y dedales, 19 millares de anillos, 86 piezas de sargales, 12 gruesas de botones de oro y plata falsos, 1272 docenas de cintas de reata, 16 libras de granates, 80.340 varas de todo tipo de encajes (más de 67 kilómetros), 135 piezas de pelo de camello, 159 libras de galón de oro y plata falsos, 186 pares de medias de capullo surtidas.
Fuentes consultadas:
— Archivo General de Indias (AGI), sección Contratación: Interrogatorio sobre el contrabando en la provincia de Venezuela, circa 1715.
— López Jiménez, Jacobo. Historia de una ilustre familia, los Álvarez de Abreu: Marqueses de la Regalia. Madrid: Egartorre, 1995.
Gran trabajo de investigación Marco, dando a conocer la historia de Amaro, y poniendo en valor a un personaje del que casi nada se sabía. ¡Enhorabuena!