El 5 de enero de 1715, el navío de registro Nuestra Señora de la Concepción, alias el Blandón, fletado por la Compañía del Marqués de Montesacro, arribó al puerto de La Guaira. A bordo viajaban dos jueces visitadores provistos por el Rey: Pedro Tomás Pintado y Antonio José Álvarez de Abreu. También lo hacía el capitán y factor del navío, don Amaro Rodríguez Felipe (1678–1747), más conocido por el apodo que lo ha inmortalizado: Amaro Pargo.
No era el único rostro ilustre en aquella travesía. El gobernador interino de la provincia de Venezuela, don Alberto de Bertodano, viajaba también, acompañado por su familia: sus dos hijas, el esposo de una de ellas (Jerónimo del Corral) y una nieta. Pocas veces un solo barco había transportado tanto poder político, judicial y militar a la vez.
Sin embargo, la misión pronto quedó eclipsada por una cadena de conflictos jurisdiccionales, embargos, arrestos y enfrentamientos que impidieron que el navío cumpliera su cometido principal: vender la mercancía del Asiento y transportar cacao venezolano hasta Veracruz. A pesar de que la posibilidad de ejercer el corso (patrullar y capturar naves extranjeras ejerciendo el contrabando), estaba contemplada como una opción secundaria, la instrucción real priorizaba el comercio regular. Con la carga embargada, el Blandón quedó inmóvil, sin poder operar ni como barco mercante ni como corsario.
Los documentos de la época, hoy conservados en el Archivo General de Indias, revelan una realidad muy alejada del mito heroico del corsario. La documentación firmada por Álvarez de Abreu muestra el grado de obstrucción que se vivió desde el primer momento:
“Nos han impedido que el navío saliera a corso y a perseguir a los que de Holanda hay en estos puertos, en cumplimiento del primer capítulo de la instrucción”.
Gaspar de Arenas, vecino de La Guaira, también declaró bajo juramento:
“El capitán ha pedido licencia para ir a Puerto Cabello, que es de esta costa, a recibir carga y reparar el navío, y teme que se la nieguen. Y cada día se la conceden a cuantos quieren ir; y estos días han ido allí a lo mismo otras dos fragatas de esta costa”.
La paralización del navío tuvo consecuencias internacionales. Mientras en La Guaira se silenciaba la llegada del barco real, en Curazao —principal enclave del contrabando holandés— se celebraba. Así lo relató Abreu en una de sus cartas al Consejo:
“Luego que llegamos a la provincia y corrieron las voces en Curazao (…), se melancolizaron mucho aquellos holandeses, pero habiendo esta provincia contradicho el uso de los despachos y participádoselo, han hecho grandes fiestas y regalado a algunos de los del cabildo que se refirieron a darles la noticia”.

El enemigo brindaba. La autoridad del Rey, por su parte, quedaba humillada en su propio suelo. Los pasajeros del Blandón, tras semanas embarcados juntos, se encontraban enfrentados entre sí. Bertodano, lejos de combatir el contrabando, lo toleraba. No solo no actuó para frenarlo, sino que nunca autorizó a Amaro a intervenir conforme a las instrucciones reales.
Solo cuando el casco del navío comenzó a hacer aguas se permitió su traslado a Puerto Cabello en mayo de 1715. Y allí, según los testimonios judiciales, Amaro dejó atrás cualquier pretensión de corso y optó por otro tipo de empresa. Lo dejó registrado Gaspar de Arenas:
“Ha entendido que después del factor don Amaro Rodríguez Felipe, a quien se le imputaba que en la ocasión en que pasó a Puerto Cabello gobernando el navío, y a carenarle, hizo negocio de ropas de ilícito comercio por medio de una balandra al servicio del mismo navío, iba y venía a Curazao, de suerte que de esta forma habían introducido muchas mercaderías en dicho navío en Puerto Cabello”.

Aunque el testigo aclara que lo supo “de oídas”, el rumor quedó anotado en los autos. Amaro, impedido de actuar como corsario, habría utilizado una balandra auxiliar para introducir mercancía de contrabando procedente de Curazao.
La imagen de Amaro como corsario en Venezuela no resiste el peso de esta documentación. No hubo gloria ni combates. Su arribo no fue celebrado por el pueblo ni aprovechado por la Corona. Su actuación quedó entre la sospecha y el descrédito. Lo resumió el propio Abreu con una frase que retrata el fracaso: “Yo aseguro a Vuestra Excelencia que más querría servir a Su Majestad cuatro años en Barcelona, entre los declarados rebeldes, que uno entre estos simulados vasallos”.
Pese ante este ambiente de enfrentamiento, se produjo una alianza inesperada que cambiaría el rumbo de los acontecimientos al año siguiente: el matrimonio de José Álvarez de Abreu con Teresa Cecilia Bertodano y Knepper, hija del gobernador interino. Celebrado en 1716 en la catedral de Caracas, la unión contravenía las normas reales, que prohibían expresamente que los visitadores se casaran con descendientes de autoridades locales durante su misión en América.
Aun así, Abreu lo hizo. El matrimonio selló una nueva red de intereses comunes entre los clanes en pugna. A partir de entonces, las tensiones institucionales disminuyeron y los procesos judiciales abiertos se dilataron y cayeron en contradicciones, algunos de los testimonios. En 1717 fue nombrado un nuevo gobernador: Marcos de Bethancourt, oriundo de Icod de los Vinos, Tenerife. El Asiento inició entonces su retirada de la provincia, bajo una nueva etapa de control y totalitarismo.
Y mientras tanto, Amaro, en la sombra, se preparaba para protagonizar una de las fugas más sonadas ante una inspección oficial en la historia de La Guaira. Esta vez, bajo la mirada de un nuevo enemigo: el recién nombrado gobernador tinerfeño al mando de Caracas.