domingo, 12 octubre, 2025

Antonio Cubillo

Cuando Cubillo reivindicaba desde Argelia la independencia de las Islas Canarias, a través de la sección de Radio Argel llamada Radio Canarias Libre, la gente lo escuchaba a escondidas, como ocurría con aquella Estación Pirenaica (Radio España Independiente), creada por Dolores Ibárruri, La Pasionaria, que primero emitía desde Moscú y luego desde Bucarest, con alguna etapa intermedia.

Yo trabajaba en La Tarde en ese momento. No conocía a Anto­nio Cubillo, no era de mi generación, pero tenía amigos que sí lo conocían y lo apreciaban, aunque tampoco comulgaban demasiado con sus «locuras». Cubillo, aunque siempre lo desmintió, se había marchado a Argel por unas perritas distraídas durante un conflicto con los panaderos, que él defendía, o algo así. No me hagan mucho caso porque él siempre decía que le habían montado una campaña de calumnias los franquistas. Alguna gente de aquí lo visitaba en Argel, entre ellos su gran amigo, y mío, Antonio Tavío Peña, una de las per­sonas más generosas que he conocido.

Muchos años más tarde, Cubillo y yo fuimos compañeros de ter­tulia televisiva y amigos y logramos formar un equipo —el mérito es de Paco Padrón— variopinto en ideologías para emitir el programa de más éxito en la historia de la televisión de Canarias: El Perenquén. Es curioso, pero todavía la gente lo recuerda, casi treinta años después.

Se emitía desde Canal 7 del Atlántico e incluso fue rebelde contra los propios dueños del canal, empresarios que continuamente, y sin ningún éxito, proponían su suspensión o su censura. La habilidad de Paco Padrón hacía el resto: cuando la cosa subía de tono le metía tijera sin que nosotros ni siquiera nos enteráramos, de lo bien hecho que estaba el corte. Se emitía en falso directo, es decir, una hora des­pués de grabado, o así.

Los miembros del elenco televisivo éramos Antonio Cubillo, el sindicalista Justo Fernández, el abogado de derechas —y gran perso­na— Ángel Isidro Guimerá, el catedrático Juan-Manuel García Ramos y un servidor. Lo realizaba Paco Padrón en los estudios de Canal 7 de la calle Numancia. Cubillo, Justo y Ángel han fallecido. Sobrevivimos Juan-Manuel y yo, que rivalizamos a ver quién queda de último.

Ya no me acuerdo ni de la frecuencia del espacio televisivo, ni de los años concretos en que fue emitido, desde luego en los 90. Pero el éxito de El Perenquén fue tal que la gente se recogía en sus casas a la hora de la emisión para verlo y escucharlo.

Yo creo que, tras La Clave, de José Luis Balbín, fue el segundo programa de tertulia política de la historia de la televisión en Es­paña. Canal 7 constituyó todo un suceso televisivo en Canarias y murió de éxito. En El Perenquén Paco Padrón hacía un esfuerzo eco­nómico. Todos cobrábamos. Incluso para mantener la tensión entre nosotros, Paco dejaba caer que unos cobrábamos más que otros. Yo tenía el cometido de coordinar el programa y muchas veces me con­vertí en el más duro tertuliano del mismo.

Para la historia de la televisión, El Perenquén es todo un referente. Hay que tener en cuenta las trayectorias de sus protagonistas, sobre todo las de Cubillo y Justo Fernández. Uno, por su feroz oposición al régimen de Franco, y su apoyo a la independencia de Canarias en el tardofranquismo y durante los gobiernos de la UCD. El otro por su violencia en las acciones sindicales puestas en práctica durante la Transición. Justo era de los de la silicona en las cerraduras de las puertas de las empresas contrarias a sus huelgas, y de los piquetes y un obseso en el combate de la corrupción. Siempre llegaba al estudio cargado de papeles que luego no le servían para nada.

Se montaban notables vacilones, sobre todo con Cubillo, que te­nía un fino sentido del humor. Cuando atentaron contra él en Argel, en un execrable acto organizado por el comisario Conesa y por el Ministerio del Interior, cuyo titular era Martín Villa, a Cubillo lo salvó un cura protestante, el padre Blond, al que cogieron al lazo en el hospital argelino donde atendieron al líder del MPAIAC. Le pusieron a Antonio un litro de sangre eclesiástica. A Cubillo le de­cíamos en el programa: «Cállate, Antonio, que tú tienes sangre de cura». A Cubillo le importaba todo tres pepinos.

Lo cierto es que vino a su tierra, tras el exilio, y quedó libre de todos los cargos que le intentaron imputar. Pero tuvo que ir a Madrid a declarar, a la Audiencia Nacional. Lo escoltó el inspector-jefe de la Policía, José Andrés de las Casas y el reportero gráfico Gustavo Armas tomó la famosa foto de Cubillo en el avión que lo trasladó a Madrid. Hoy esa foto es la portada de estas Memorias ligeras. Lo acusaban, incluso, de ser el causante del accidente de los Jumbos de Pan-Am y de KLM en el aeropuerto de Los Rodeos, ya que esos aviones fueron desviados a Tenerife porque el MPAIAC había hecho estallar un pe­queño artefacto en el aeropuerto de Gando. Era como aplicar sin mu­cho sentido aquella norma del Derecho Romano de que «la causa de la causa es la causa del mal causado». La acusación no prosperó. Hubo un atentado con muerto del MPAIAC en La Laguna, estando Cubi­llo en Argel, cuando el grupo terrorista colocó un explosivo en una ventana del BBV y resultó muerto un artificiero de la Policía, Rafael Valdenebros, que no tomó las precauciones propias de su trabajo para desactivarlo. Cubillo siempre sostuvo que él no tuvo nada que ver con esos hechos. Yo fui el primer periodista que llegó al lugar del atentado y recuerdo que recogí del suelo un dedo del malogrado policía y se lo entregué a un compañero. Fue muy triste todo aquello, que acabó con la vida de un hombre y que nos espantó bastante el turismo.

A Antonio no le gustaba demasiado hablar del pasado. Se escurría, Los tribunales españoles reconocieron el crimen de Estado que se perpetró contra él y que le dejó paralítico. Y lo indemnizaron con 25 millones de pesetas, gracias a su amigo Eligio Hernández, que fue fiscal general del Estado y que consiguió que el Estado Español lo compensara con esa cantidad. Cubillo nunca nos pagó ni un cortado a sus compañeros del programa, pero cuando celebrábamos las comi­das de empresa él se ponía como el Quico. Era un personaje y para jamón y bistecs empanados, como cochino pa cáscaras.

Cubillo cambió radicalmente de posición, aun siendo fiel a sus principios. Se moderó. Pero nunca abandonó la lucha por la inde­pendencia de Canarias. El godo le temía y el Gobierno de Madrid no tuvo otro remedio que prestarle atención a las islas, a causa de sus dia­tribas desde Radio Argel. Incluso los americanos le permitieron más tarde viajar a los Estados Unidos, donde estudiaba uno de sus hijos. Es decir, lo sacaron de su catálogo de terroristas. Cuando hablaba por teléfono conmigo desde Estados Unidos parecía una hermanita de la caridad, no fuera que lo estuviera escuchando la CIA o el FBI.

En cierta ocasión, en plena efervescencia de su programa contra España y a favor de la independencia de las Islas Canarias desde Argel, vino Marcelino Oreja a Tenerife, un verano. Estaban organizando la visita de los embajadores en España de los países africanos para que comprobaran que en Canarias la población era europea. Así ocurrió.

España había sobornado al secretario general de la OUA (78-83), Edouard Kodjo, para que anulara la influencia de Cubillo con algu­nos líderes africanos y para que le cerraran la emisora de Argel, Como así sucedió. Kodjo era togolés y llegó a ser gobernador del Fondo Monetario Internacional. Murió en el año 2020. Fue captado por los servicios secretos españoles para anular a Cubillo. Y para que el viaje de los embajadores fuera un éxito. Y para que no volvieran más. Hay una anécdota de ese viaje, protagonizada por uno de los embajadores y por el jefe de Protocolo del Gobierno de Canarias, José Arturo Navarro Riaño. Cuando uno de los representantes extranjeros le pregun­tó a José Arturo qué población negra vivía en Canarias, el funcionario le respondió: «Tres. Usted y dos más». El entonces gobernador civil y más tarde diputado Luis Mardones me contaba, que uno de los embajadores se asustó cuando vio funcionar el aparato secamanos del baño de un hotel. Le dijeron que funcionaba con energía solar y se lo creyó. Aquel viaje colectivo fue un esperpento.

El delegado de Cultura, Juan del Castillo, yo creo que en funcio­nes de gobernador civil porque todo el mundo estaba de vacaciones, fue el anfitrión del ministro. Marcelino Oreja, Juan y yo nos reuni­mos en el Hotel Mencey. El ministro quería saber lo que pensaba del daño que podía estar haciendo Cubillo en la opinión pública de Canarias contra España. Yo le di mi sincera opinión, favorable a que Antonio regresara a su tierra, se pusiera a disposición de la justicia y que lo dejaran ejercer su profesión de abogado. Y que continuara su lucha desde Canarias. Y así ocurrió.

Cubillo era una persona familiar, que sentía mucho cariño por su mujer, María Teresa, y por sus hijos. Uno de ellos fue quien lanzó las chinchetas a la carretera para que a los ciclistas que corrían en Tene­rife la Vuelta a España —organizada la carrera por el concejal de Santa Cruz Toni Bello— se les pincharan los neumáticos de sus bicicletas. Me contaba Cubillo que había recorrido la isla comprando todas las chinchetas que encontraba y se reía del espectáculo. Le encantaban esas ruindades. Era un tipo ocurrente.

Volviendo a El Perenquén, el programa que marcó un hito en la televisión regional de toda España, Cubillo sostenía que copias del espacio televisivo se vendían en el rastro de Santa Cruz. Era men­tira, nunca se vendieron. Lo decía para darse importancia. Pero la audiencia fue escandalosa y si un día no se emitía, o se retrasaba algo la emisión, la gente bloqueaba la centralita telefónica del Canal 7 preguntando qué pasaba.

Andrés Chaves
Andrés Chaveshttps://elburgado.com/
Periodista por la EOP de la Universidad de La Laguna, licenciado y doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, ex presidente de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife, ex vicepresidente de la FAPE, fundador de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna y su primer profesor y profesor honorífico de la Complutense. Es miembro del Instituto de Estudios Canarios y de la National Geographic Society.

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