domingo, 12 octubre, 2025

“ELLA MUERE”

Crespo era un cantante y actor cómico, empresario circense y cinematográfico, primero con un cine al aire libre en el barrio de La Salud de Santa Cruz, que después fue techado. En su salón de proyecciones, bautizado con su nombre, Crespo te vendía la entrada, te acomodaba en tu asiento y en el descanso despachaba refrescos y chocolatinas en el bar. Ah, y lo principal, proyectaba la película.

Una vez me encargaron en un periódico que hablara de Crespo, al que en cierta ocasión se le ocurrió un sistema infalible para recaudar dinero, tocando el corazón de los ciudadanos.

Se inventó el bulo de que emigraba a Venezuela y se organizó a sí mismo un homenaje. Llenó. A la vista del éxito, repitió el homenaje en su circo o en su cine —extremo que no he podido comprobar—. Volvió a llenar. Y, entonces, convocó por tercera vez su homenaje de despedida y vendió otra vez todas las entradas. Fue tal el importe de lo recaudado que jamás emigró a Venezuela. Cuando le preguntaban el motivo por el que se había quedado en Tenerife, respondía con una obviedad: “¿Cómo me voy a marchar a Venezuela con el cariño que me dan aquí?”.

Con tanto trajín en el cine, y operando una máquina de carbones, una OSA de fabricación española, con frecuencia se equivocaba de rollos. Y metía al principio el rollo que debería ir en medio, o al revés. Las pelis de entonces se dividían en varios rollos. El Cine Crespo fue inaugurado en 1949. Las máquinas de carbones no eran automáticas y necesitaban que no se apagara el haz de luz que producían dos polos de carbón enfrentados, por lo que requerían constante atención. De lo contrario, el proyector se detenía y la película se quemaba.

Generalmente, el público empezaba a pitar cuando Crespo se equivocaba de bobina, o cuando dejaba quemar la película, que luego se reparaba con acetona, hasta que llegó la cinta adhesiva. Había que raspar el celuloide con un papel de lija suave, o con la punta de una tijera, hacer que coincidieran las ranuras del avance y aplicar acetona durante un momento. Y a volver a proyectar, tras encender los carbones.

En cierta ocasión proyectaba Crespo una película de suspense. Muy interesante. Y ocupado de sus mil trabajos en el salón, el hombre se despistó y montó tal pifostio que no hubo forma de poner en marcha el proyector, que quedó inutilizado. En lo más interesante del film.

Los asistentes a la sesión comenzaron a pitar y a patalear. Crespo, muy nervioso, intentaba solucionar la avería, pero no había forma. Y eso que un par de voluntarios, que eran mecánicos de coches, acudieron a echarle una mano, desplazándose a la cabina desde el patio de butacas. Nada, aquello no funcionaba.

La solución del lance me la contó Mauricio Gómez Leal, a la sazón director de Radio Juventud de Canarias, un gran hombre de la publicidad —y de la crónica periodística— nacido en Granada, pero tinerfeño de adopción desde que llegó a la isla para realizar las prácticas de las Milicias Universitarias, como alférez. Pasado un tiempo emigró a Venezuela para olvidarse —y que se olvidaran— de cierto lance amoroso.

Mauricio, que era maestroescuela, llegó a ser directivo del Hotel Tamanaco de Caracas y mano derecha del senador vitalicio de la República Rafael Tudela, un millonario venezolano que había empezado a amasar su fortuna comprando un petrolero lleno hasta los topes de crudo barato y manteniéndolo meses y meses en alta mar hasta que los precios del petróleo alcanzaron cifras de escándalo en el mundo.

Entonces, hizo que el barco atracara en un puerto de cierto país que no recuerdo y vendió el crudo a cifras astronómicas, ganando millones y millones de dólares. Tudela falleció en el año 2014; había estudiado en Estados Unidos la carrera de ingeniero y fue profesor de la Universidad Central de Caracas. Era un gran ajedrecista, de nivel internacional. Fue atacado en su casa de la capital por unos malandros, resultó herido, emigró a los Estados Unidos y jamás regresó a su país.

Bien, pues fue Mauricio Gómez Leal quien me contó la anécdota de Crespo, que era amigo suyo, y su desenlace. Cuando la avería del proyector OSA ya se le antojó irreparable, y ante un público que tiraba de todo contra el telón del cine, incluidos tomates y lechugas que nadie sabe qué hacían allí, Crespo dio la cara. Salió al escenario con un paraguas abierto y un sombrero, para evitar en lo posible los impactos, pidió disculpas al respetable y terminó haciendo un resumen oral, en dos palabras, de la inacabada película, cuyo final mantenía aún en vilo a los espectadores: “Ella muere”.

Para qué fue aquello. El cine se vino abajo, unos asistentes descojonándose de la risa y otros cagándose en la señora madre de Crespo, que recibió algún que otro proyectil en su atribulado semblante, a pesar de la protección.

Aquel personaje también montó un circo, en donde hacía igualmente de todo: vendía las entradas, montaba la carpa con algunos ayudantes que reclutaba sobre la marcha y se convertía en payaso en las sesiones infantiles. Los niños lo adoraban, lloraban y reían con él.

El Cine Crespo fue un referente de películas fuera de tiempo, es decir, nunca estrenó una cinta ni mucho menos, sino que allí se proyectaba todo lo vintage que encontraba en las distribuidoras, que era también lo más barato. Y, por otra parte, el Circo Crespo era muy querido por los niños.

Yo he escrito, a lo largo de mi vida profesional, algunas crónicas sobre Crespo, a quien nunca conocí, por desgracia; me habría gustado, No existen demasiadas referencias de su vida escritas por ahí, ni tampoco él contó a nadie que pudiera escribirlas las anécdotas de su vida, que fueron innumerables. Este puede ser un pequeño homenaje a un personaje importante de la vida de la capital tinerfeña en los años 40, 50 y 60 del siglo pasado. Años dedicados al espectáculo, en medio de una terrible precariedad de medios, ejerciendo su trabajo con una gran dignidad y, desde luego, con mucha cara dura, aunque lo que digo pueda parecer contradictorio.

Andrés Chaves
Andrés Chaveshttps://elburgado.com/
Periodista por la EOP de la Universidad de La Laguna, licenciado y doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, ex presidente de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife, ex vicepresidente de la FAPE, fundador de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna y su primer profesor y profesor honorífico de la Complutense. Es miembro del Instituto de Estudios Canarios y de la National Geographic Society.

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