La mayoría de los amantes del folclore permanecen en el anonimato, pero son los grandes valedores de nuestro acervo musical. No aparecen en portadas de discos ni ocupan el papel de voces solistas en las que solemos reparar. Sin embargo, rara vez faltan a un ensayo, son minuciosos con los detalles y defienden casi incondicionalmente a los grupos a los que pertenecen. Su aportación, vital para mantener vivo el folclore, pasa muchas veces desapercibida. A todos ellos y ellas quiero rendir hoy un reconocimiento y homenaje.
Entre esas personas estuvo alguien que me entregó su mayor tesoro: su pasión por la música y el folclore. Yo era apenas un chiquillo y él, sin proponérselo, me abrió un camino. Me enseñó los primeros acordes de guitarra —Re mayor, Sol mayor (ese que tanto me costaba con la mano pequeña), La mayor y Mi mayor— y con ellos llegaron mis primeras canciones: una isa, una polka, La Bamba, Blowing in the Wind (Bob Dylan), Yo poeta declaro (Agustín Millares/Caco Senante), Te digo que no vale (Agustín Millares/Juan Carlos Zamboni) y alguna otra que aún resuena en la memoria.
Mi mentor se llamaba Luis Alberto Hernández Hernández (Santa Cruz de Tenerife, 1960 – 2011), un enamorado del folclore. Adoraba la isla de El Hierro donde, de la mano de su gran amigo Jaime Padrón —nieto del mítico don Benito Padrón, de Tigaday, La Frontera—, conoció el folclore herreño y aprendió a tocar el pito y el tambor. Luis se emocionaba cuando tocaba, pero todavía más cuando intentaba poner en palabras lo que sentía; siempre le faltaban términos para describirlo.
Amante del folclore y la canción protesta
Durante sus años de estudiante, primero en el Instituto y luego en la Universidad de La Laguna, descubrió a los grandes cantautores de la canción popular canaria, española y americana. Conocía un repertorio extenso que solo dejaba a un lado por el folclore canario, su verdadera preferencia. En pequeños grupos de amigos y reuniones sin grandes pretensiones, encontraba la felicidad. Fui testigo de algunos de esos momentos compartidos.
En la década de los ochenta se integró en el grupo folclórico Los Majuelos, en la etapa dirigida por Juan López —para mí, la más brillante y prolífica—, adonde me llevó de su mano. Nunca fue solista: se limitaba a la guitarra y a los coros, pero lo sabía todo, lo vivía todo. En silencio, cuando la música sonaba y el cuerpo de baile se movía, él alcanzaba la plenitud. Con Los Majuelos recorrió escenarios, grabó discos, salió en televisión y conoció mundo.
Amaba la lucha canaria —me llevó a más de un Tacuense-Santa Cruz—, se interesó por el juego del palo y sentía auténtica pasión por los perros, las palomas, El Hierro y la Naturaleza.
Solo un instante
Luis fue una persona sencilla y humilde, enamorada de Canarias y de su cultura, especialmente de su música. Solo una vez la vida lo colocó en primer plano: en un programa de televisión, durante la interpretación de El Tango de la Florida con Los Majuelos en Tenderete (1985). En esa ocasión tomó la flauta y, por única vez, ejerció de solista instrumental. Fue un instante fugaz, captado en un fotograma que quedó como testimonio. Solo un primer plano… y poco más.
Gracias a él
Luis Alberto Hernández me regaló su pasión por el folclore y gracias a él lo descubrí. Desde el silencio de su anonimato aportó mucho sin figurar en casi nada. Lo que dio, lo dio de verdad: sin maquillajes, sin artificios ni postureos.
No hay escenario en el que me suba ni programa de televisión o radio que presente sin tenerlo presente, porque, en cierto modo, a él se lo debo. Para mí fue una bendición tenerlo cerca, pero más aún que pudiera llamarlo hermano.